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EDITORIAL

El desafinado desconcierto autonómico

Puestos a aceptar el disparate de equiparar la parte al todo, Maragall podría, al menos, decirnos de una vez cómo se llaman y cuántas son las “naciones” que, según él, integran la nación española

La primera jornada del Debate sobre el Estado de las Autonomías no sólo ha puesto de manifiesto las discrepancias que genera el Estatuto soberanista catalán entre los propios presidentes autonómicos del PSOE, sino que ha dejado en evidencia hasta qué punto se ha vivido en el Senado un debate completamente ajeno a las prioridades y necesidades reales de los ciudadanos. En primer lugar, hemos podido asistir a la intervención de un presidente de gobierno que, incapaz de transmitir su idea de España, ha sido también incapaz de concretar qué reforma de la llamada Cámara Alta quiere llevar a cabo. En lugar de eso, Zapatero se ha dedicado a criticar la gestión de su antecesor en el cargo, como si fuera Aznar –y no él– quien hubiese alentado el actual desconcierto constitucional que lo es, también, autonómico.
 
Maragall, por su parte, no ha perdido la oportunidad para llevar a cabo su proclama –tan contraria a la Constitución, como a la lógica más elemental– de que España es una "nación de naciones". Puestos a aceptar el disparate de equiparar la parte al todo, Maragall podría, al menos, decirnos de una vez cómo se llaman y cuántas son las "naciones" que, según él, integran la nación española. En lugar de eso, ha personificado en él y en sus palabras "el agradecimiento de Cataluña" a Zapatero por hacer avanzar el proyecto de la "España plural".
 
El esperpento ha continuado con la intervención del presidente andaluz, quien ha vuelto a entonar esa cantinela tan anacrónica como políticamente correcta de la "deuda histórica" hacia Andalucía. Al margen de que las deudas las contraen las personas y de que la Historia no debe ser coartada para enquistar prebendas o privilegios, lo más esperpéntico del caso es que ese modelo de dependencia estructural, en el que Chaves parece querer asentar la comunidad autonómica que preside, choca con el modelo financiero que su propio partido impulsa en Cataluña.
 
No menos lamentable ha sido la intervención del nuevo presidente de Galicia, quien no ha perdido tiempo en apuntarse a las comunidades que reivindican su "identidad nacional" y en ofrecerse para que Galicia interprete un "papel decisivo" en la "redefinición del modelo territorial". Si la reivindicación de Cataluña como "nación" sigue siendo minoritaria entre los ciudadanos catalanes, la separación entre las prioridades de los ciudadanos y las ensoñaciones soberanistas de su clase dirigente todavía resulta más notoria en Galicia, donde –recordemos– el PP quedó a un puñado de votos de renovar su mayoría absoluta, y donde no es menos clara la mayoría entre los propios votantes socialistas que no comparten los delirios identitarios del BNG.
 
Touriño –quien, como Maragall y Zapatero, también debe su cargo a las alianzas con los separatistas– ha encubierto, como el que más, su servidumbre como proyecto, llevando cuidado –eso sí– de introducir una objeción tan clave a su alineamiento con el "Estatuto" soberanista catalán, como es la cuestión de la financiación.
 
Los tres presidentes autonómicos que no ha desafinado entre sí y que han sabido mantener un sostenible equilibrio entre autogobierno y lealtad al proyecto compartido de la nación, han sido los presidentes del PP de La Rioja, Murcia y la Comunidad Valenciana. Hasta cierto punto, también ha concordado con ellos la intervención del presidente del Principado de Asturias, Vicente Álvarez, quien, tras reclamar una financiación que garantice la "equidad de los servicios públicos", remarcó que los asturianos "se sienten cómodos en España" y "no tienen la necesidad de redefinir sus señas de identidad".
 
No sabemos con quien hubiera entonado el presidente extremeño, Rodríguez Ibarra, de no sufrir, desgraciadamente, el infarto que le ha imposibilitado acudir el debate. De lo que estamos seguro es que no lo hubiera hecho con Maragall.
 
En cualquier caso, y ante tanta desentonación –no tanto con los presidentes del PP, como entre los propios presidentes del PSOE–, no es de extrañar que Zapatero se desinhiba de su cargo y relegue en los presidentes autonómicos la propuesta de reforma del Senado y de todo lo demás. A quien, como Zapatero, no tiene partitura para la nación que preside, no se puede pedir dirección alguna. Sólo mucho maquillaje, mucha propaganda y mucha sordina para encubrir el desconcierto.

En España

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