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Jorge Vilches

squadristi islámicos

El islamismo ha conferido un sentimiento identitario a quienes no lo han encontrado en las sociedades abiertas europeas

El siglo XXI es, si nada lo remedia, el siglo del enfrentamiento entre las sociedades abiertas y el islamismo, el nuevo totalitarismo. En el pasado, las democracias liberales tuvieron que enfrentarse al fascismo y al comunismo para sobrevivir. En aquel entonces, el descrédito de los regímenes políticos europeos, la crisis económica y la pérdida de valores, entre otras razones, permitieron el crecimiento de esas ideologías totalitarias. Hoy nos encontramos en una situación similar.
 
El desprecio mostrado a Occidente por los hijos de los inmigrantes musulmanes de segunda y tercera generación no debe sorprender a nadie. Los problemas que padecen, su insatisfacción o frustraciones las achacan a los principios y forma de vida de la democracia liberal. Esto no es extraño; lo han oído y aprendido aquí.
 
La izquierda occidental difundió desde los años 60 la idea de que Occidente era el culpable de la pobreza en el Tercer Mundo. Se sostenía que las otras culturas, siempre oprimidas, poseían una superioridad moral, no contaminada por la democracia liberal. El gran enemigo era “el sistema”, el “neoliberalismo”, ese “régimen burgués”, causa de todos los problemas. Y demonizaron a Estados Unidos por ser la primera potencia occidental. La izquierda convenció a Europa, con el tiempo, de que se había cometido una injusticia histórica con el resto del planeta, que la democracia liberal es corrupta y corruptora, y que nuestros valores eran la coartada para la opresión.
 
La cuestión es que esto coincide con la ideología islamista.
El egipcio Sayyid Qutb, de los Hermanos Musulmanes, cuyas ideas son los pilares del yihadismo internacional, afirmaba que la civilización occidental era la fuente de la inmoralidad y de la corrupción, el origen de todos los problemas. El igualitarismo y la libertad individual de las democracias liberales no conducían, en su opinión, más que a la pobreza, la opresión y a la injusticia. Occidente era culpable, y el mayor representante del liberalismo, Estados Unidos, el “Gran Satán”.
 
El islamismo ha conferido un sentimiento identitario a quienes no lo han encontrado en las sociedades abiertas europeas. Así, estas generaciones de musulmanes nacidos en Occidente desprecian la tierra en la que han nacido y sus sistemas políticos. Han hallado un sentido colectivo a la existencia, un armazón ideológico claro y un enemigo identificable. La violencia que muestran no es contra el propio país o sus principios porque ellos no son franceses, ingleses o españoles; ellos pertenecen a algo superior, la umma, la comunidad de creyentes. Piensan que la suya es una violencia justa, ya que el islamismo es una ideología de combate, de ajuste de cuentas, en la que el terrorismo no es reivindicativo, sino un acto de legítima defensa.
 
Y Occidente, cargado con el complejo de culpa, cree que la solución es el aumento de los programas sociales en los barrios musulmanes; es decir, dinero para aplacar el odio. El resultado es que se muestra lo sencillo que es sembrar el caos en nuestras sociedades, mientras los islamistas observan satisfechos la reacción previsible de los europeos: la asunción de la culpa. El islamismo se envalentona, y manda a suscamisas pardas, a sussquadristi,a sembrar el terror en las calles de las ciudades europeas, sea París, Londres o Sevilla. El nuevo totalitarismo avanza, le toma el pulso a nuestros Gobiernos y, satisfecho, sonríe al comprobar las enormes posibilidades para el desarrollo de la yihad. En tanto, aquí seguimos rodeados de intelectuales filotiranos, y de políticos que juegan a ser Von Papen y Chamberlain.

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