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Amando de Miguel

Con otras palabras

Juan Sueiro Bal recuerda algunas parejas de vocablos que se confunden en la parla corriente. Las anoto:
─ escuchar-oír
─ conocer-saber
─ asumir-suponer
─ comentar-decir (o contar)
 
Los libertarios saben distinguir perfectamente los dos significados de cada pareja, pero, efectivamente, se suelen confundir.
 
Ya de paso, don Juan señala una nueva forma de sexismo. En algunos lugares de trabajo se exige a los hombres traje y corbata, mientras las mujeres pueden vestirse como quieran. Su interpretación es que se trata de una sutil discriminación contra las mujeres. Ahí queda.
 
Diego Rodríguez-Vila Ibáñez observa con agudeza que en español hay algunos animales de granja que no cambian de nombre en la mesa. Pero el pez (en el agua) se transforma en pescado en la mesa. En cambio, en inglés fish es tanto el pez como el pescado, mientras que cow (vaca) se transforma en beef cuando se come. Lo mismo ocurre con lamb-mutton (= cordero) o pig-pork (= cerdo). Es cierto que en español no sucede esa mutación de las palabras cuando pasan de la granja a la mesa. Pero recuerde que el cordero puede ser también ternasco cuando está en el plato. Este tipo de mutaciones se producen para dar prestigio a ciertos alimentos. Comemos para distinguirnos. Me permito recomendar mi libro Sobre gustos y sabores (Alianza).
 
Pedro Escribano señala una curiosidad. Tanto “vengador” como “vengativo” es que se vengan, toman venganza. Pero vengador es ponderativo (Superman) y vengativo es despreciativo (Ben Laden).
 
Me tranquiliza mucho la misiva de Ana Pinto. Dice así: “Spa sí viene de la ciudad belga de Spä y no de ningún acrónimo de los que cita. Los acrónimos [que yo recogía] son creaciones a posteriori, claros ejemplos de la iconicidad del lenguaje”. Eso de la iconicidad no lo entiendo muy bien, pero está claro que el lenguaje es un deleite, a pesar de que para algunas personas sea un motivo de sufrimiento.
 
Sobre la palabra ambulancia, Trevor ap Patnarthur aporta el dato de que en las Cartas eruditas de Feijoo (1753) aparece la expresión “médicos ambulantes”, algo así como curanderos o charlatanes extranjeros. Como adjetivo, ambulante es muy antiguo, pero insisto en que ambulancia, en el sentido sanitario, es del siglo XIX.
 
Jaime Morella añade que a los empleados de correos que trabajaban en los trenes-correo, ordenando y distribuyendo la correspondencia a lo largo del recorrido, se les llamaba ambulantes de correo. Supongo que habrán desaparecido, como los peones camineros..
 
Francisco Javier Navarro (Granada) aporta el verbo golismear que en su pueblo es tanto como “andar indagando algo con arte y disimulo”. Incorporada queda al acervo libertario. Don Francisco Javier se pregunta por la voz gabacho, aplicada despectivamente a los franceses, y también a los norteamericanos por parte de los mexicanos. Parece ser que gabacho se asocia a una voz francesa que significa bocio o buche. Seguramente aludía despectivamente a los habitantes de la zona pirenaica que no hablaban bien el francés o que tenían la enfermedad del bocio. Luego pasó en España como gentilicio desdeñoso para los franceses. No sabía que los mexicanos lo utilizaran para denigrar a los yanquis, los anglos. Por cierto, en Calahorra (La Rioja) aprendí una estupenda palabra para golosinas: golmajería. Es el equivalente de laminería en Aragón.
 
José Joaquín Muñoz Osuna comenta que ha oído decir a un político que “había que remover de la Constitución el precepto de la discriminación contra la mujer en la sucesión al trono”. Don José Joaquín sostiene que ese sentido de “remover es una incorrecta traducción del inglés”. Pues no, señor. La acción de removere es latina y significa “mover o agitar algo”, pero también “quitar, apartar u obviar un inconveniente”. En el español solemne de antaño se hablaba de “remover los obstáculos” que se oponían a la buena gobernación del país. Era un término médico “remover humores”, algo así como recomponer el equilibrio del cuerpo. En resumen, no es un anglicismo.
 
Bernardo García (quiero colegir) cuenta lo ocurrido en una reunión de padres de alumnos de un colegio público. Intentó solicitar que hubiera más disciplina en las clases. Pero todos los demás se opusieron. Gritaba una madre amantísima: “¡No, con mi hijo nada de disciplina!”. Seguramente pensaba que eso de la disciplina era maltratar a los críos. Bien es verdad que, en su origen, la disciplina era el látigo, pero ahora es sobre todo un cierto orden, por ejemplo, en la organización de un centro de enseñanza. El problema está en que empezamos a tener padres y profesores que se han educado en centros con el mínimo grado de disciplina. Es evidente el deterioro que se va a producir en la enseñanza. Ahí queda ESO.

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