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Amando de Miguel

En defensa del género de los trabucamientos

Recibo una nutrida correspondencia sobre los llamados trabucamientos o trabucazos. No puedo dar abasto a tantas aportaciones como llegan, así que selecciono lo más granado. Son muchos los correos de felicitación por la iniciativa, los que se divierten con tantos disparates y eutrapelias. Pero también me llegan algunas críticas razonadas; procuraré atenderlas.
 
Javier Alvear razona que “una cosa es trabucarse y otra es ser analfabeto, funcional o no”. Su opinión es que “la mayor parte, si no la totalidad” de los trabucamientos aquí recogidos pertenecen a la categoría de los analfabetos. No lo considero yo así. Todos nos trabucamos en situaciones de cierto compromiso o en las que se presentan dificultades para manejar algunas palabras. Quizá el analfabeto se inhibe al hablar, pero el que no se considera tal emite la primera palabra que le sale, la que es parecida a otra más difícil y en la que se atora. De ahí que la lectura de los trabucamientos sea tan útil para comprender la estructura de la lengua, aunque su función principal sea la de divertirse. Los tropezones de los demás nos producen risa. Se recordarán los típicos gags de las películas cómicas de dibujos animados. Tampoco es tan cruel como parece el reírse de las desgracias ajenas, siempre que sean livianas, repetitivas y sorprendentes. Es así en el Quijote o en las películas de Charlot.
 
Juan E. Martín es mucho más severo en su juicio. “No acaba de llenarme este apartado (de los trabucamientos). Los hay realmente graciosos y bien traídos, pero a mí la impresión que me da es que la mayoría son dichos muy poco ocurrentes, que no enriquecen para nada ─al contrario─ la lengua, ni viva ni muerta”. A pesar de ese juicio, don Juan me envía dos trabucazos saladísimos:
─ “Luis XVI murió descapullado” (=decapitado)
─ “Uno de los cuadros más famosos de Leonardo da Vinci es el de La Cachonda” (= Gioconda).
 
No solo eso, don Juan me inunda con docenas de entradas del “Diccionario agropó” del grupo sevillano “No me pises que llevo chanclas”. Selecciono solo uno de esos terminachos populares, el “coló agua caliente”. Ya es imaginación determinar un color así.
 
Agradezco a don Juan su contribución, pero me quedo con la copla de que la mayoría de los trabucamientos “no enriquecen para nada”. No es esa la opinión del grueso de los libertarios, pues me regalan nuevas adquisiciones (frases o palabras que han oído) y leen las demás con gusto.
 
Carlos Ruiz Caballero aporta su “humilde opinión sobre los trabucazos: aburren… Los trabucazos se están pasando de castaño a oscuro. Es un tostón de mucho cuidado y tiene un matiz infantil que no me esperaba de usted… Es más, el continuo análisis y mofa que le rodea hace que sea también un tanto humillante para millones de personas que los dicen continuamente”. No estoy de acuerdo, o no están de acuerdo muchos libertarios que encuentran el asunto entretenido. Nos reímos de nosotros mismos, que es un buen ejercicio de tolerancia y de civilidad. No creo que nos pasemos de castaño oscuro (sin la “a”), pues nos movemos dentro de los límites tolerables. Naturalmente, puede haber ejemplos más chocarreros que resulten hirientes porque se identifica al sujeto. Pero si ese sujeto es un personaje público, tampoco es tan grave que se comente si él mismo se pone en ridículo.
 
La esencia de los trabucamientos es que se dice espontáneamente una palabra por otra. Normalmente se sustituyen las palabras de difícil pronunciación o las que son raras. En su lugar, antes que callarse, se avanza la palabra sustitutiva, más fácil de pronunciar o más familiar. Esos cambiazos no son enteramente caprichosos; tienen su lógica. Es la lógica parecida a la de un niño que dice “yo cabo”. Mi nieto Jorge, con cuatro o cinco años, a su madre le dijo: “quiero entrar fuera”; todavía no le era familiar el verbo “salir”. Cuando se cometen esos errores, es porque se está empezando a dominar la estructura del lenguaje. Los trabucamientos nos pueden ayudar a comprender esa estructura de forma amena. Por esa razón, los trabucamientos (como los acertijos o las charadas) pueden tener una curiosa función pedagógica. Claro que la función central es la de servir como juego, como chanza. Tampoco es tan malo reírse un poco del prójimo y de nosotros mismos, aunque solo sea como compensación de tantas malas caras como vemos por todas partes.
 
El comentario sobre los trabucamientos sirve, además, como refuerzo del grupo. Es la misma función que cumplen los chistes, los comentarios jocosos, la broma, la risa. Nos reímos de las equivocaciones léxicas porque nos chocan, porque entendemos el ridículo que suponen. Léase un librito clásico, La risa, de Bergson, y se verá lo que digo. Se entiende por qué el Quijote es un libro que emplea multitud de recursos que hacen reír, incluyendo algunos donosos trabucamientos de Sancho Panza. ¿Cómo que los trabucamientos “no enriquecen para nada”, como cree don Juan? Para empezar, cuando se oye decir “para nada” es que realmente es “para algo”. Aunque solo sea como entretenimiento, leer y comentar la ristra de trabucazos de almanaque o de sobremesa es algo valioso, estimulante. Que conste que los trabucamientos que aquí se exponen son los que han oído los libertarios. Ese “trabajo de campo” es ya una riqueza.
 
Lo maravilloso es que los trabucamientos no dificultan la comprensión de lo dicho si no se traducen. Funciona el principio de la Gestalt: percibimos conjuntos, totalidades, no las partes componentes. Es otra vez el caso del “yo cabo” infantil. Eso quiere decir que hemos comprendido la estructura del lenguaje y encima logramos un gramo de gracia. ¿Qué más se puede pedir?
 
Otro rasgo del trabucamiento es que el sujeto no se queda dubitativo o callado; sale del paso con la primera equivalencia que se le ocurre. Es un signo de inteligencia que se admira. Es evidente que los pájaros o los perros “hablan” entre ellos a su modo, pero estoy seguro de que no se trabucan. La vitalidad de una lengua se manifiesta no solo a través de su difusión, sino por la apetencia que suscita para ser aprendida sin presionar (“inmersiones”). Esa vitalidad aparece en la capacidad de sus hablantes para reírse de ellos mismos a través de las palabras. Ahí es donde entran los trabucamientos y retruécanos.
 
En síntesis, los trabucamientos suponen una chispa de inventiva, de inteligencia; ilustran y entretienen. Recomiendo a los extranjeros que están aprendiendo el español que se fijen en los trabucamientos. Aparte de las listas que aquí figuran, recomiendo dos libros en los que se recogen muchas más ilustraciones con comentarios muy pertinentes. Son los de José Ignacio de Arana: Diga treinta y tres y Respire hondo. Es fácil colegir que se trata de los divertidos trabucamientos que se dan en la situación de las consultas médicas. También aparecen en las oficinas de farmacia, en las relaciones con distintos profesionales. Son muy típicas también las que aparecen en los exámenes, más como errores de interpretación.
 
Recuerdo un caso de un examen que puse a mis estudiantes hace algunos años. La pregunta era sobre las catástrofes demográficas en España. Durante el curso me había referido por extenso a “la gripe del 18”, naturalmente, la epidemia de 1918, que se llamó precisamente “la gripe española”. Pues bien, en una docena de exámenes apareció la referencia a “la gripe del siglo XVIII a finales de la I Guerra Mundial”. Algún estudiante había tomado e interpretado los apuntes y los había fotocopiado. Así quedó transcrita la famosa “gripe del 18”. A partir de entonces procuro decir en clase “la gripe de 1918 a finales de la I Guerra Mundial”.

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