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Fernando R. Genovés

Responsabilidad individual

A medida que vaya creciendo la corrupción y decadencia del actual Ejecutivo ejecutor que capitanea en España, vamos a oír hablar mucho, cada día más, de la guerra de Irak

Comparto casi al pie de la letra el análisis y el diagnóstico que ofrece André Glucksmann, en una reciente entrevista realizada por Juan Pedro Quiñonero para ABC, sobre los últimos disturbios incendiarios en Francia. No entraré ahora en el detalle de esta rebelión de las masas descontentas, inflamadas de gasolina y odio, y que tanto excitan a los partidarios del progreso a todo gas, pues ya ha sido muy bien tratada, informada y opinada, en este diario. Deseo, sin embargo, llamar la atención sobre algunas palabras del filósofo francés, que contienen, a mi parecer, un juicio de lo más acertado. Su consideración puede sernos muy útil para comprender mejor lo que pasa en los suburbios franceses, pero no sólo en ellos.
 
Le pregunta Quiñonero a Glucksmann cómo cree que acabará este combate del demonio entre las fuerzas del odio y las fuerzas del bien. La respuesta de Glucksmann puede condensarse en esta sentencia perfecta: “Lo esencial quizá sea restablecer el concepto de identidad y responsabilidad individual, contra la marea negra del odio y la indiferencia que nos cercena”.
 
Respecto a la turbia marea del momento presente que amenaza con anegar las sociedades libres, y cuya última edición arranca fundamentalmente de los atentados terroristas del 11-S, la doctrina oficial del pensamiento único atiende a mil causas y excusas, y pone cientos de “peros” a la necesidad de reaccionar y de estar a la altura de las circunstancias. Falanges sociológicas, cohortes psicologistas y muchedumbres periodísticas, empuñando las plumas a modo de lanzas, apelan a responsabilidades difusas y vagas de la colectividad (les va el colectivismo) para justificar lo injustificable, y sólo bajan a la singularidad cuando se trata de apuntar a la cabeza, a las piernas o al corazón de sus demonios particulares, en quienes personalizan su perorata furibunda.
En tal soflama, donde están revueltos la masa y el poder, se halaga a las multitudes con el fin de servirse de ellas como escudos humanos. Tras ellos se ocultan los mandarines y rasputines de turno, los intelectuales colectivos, que se esfuerzan para que la identidad quede diluida en un sentimiento oceánico de cabezas que no piensan. Allí, agrupados todos, dejan que les lleve la corriente hasta desembocar en el mar de la solidaridad universal, que, por lo común, es el morir. Pero la responsabilidad de las acciones humanas no es propiamente colectiva ni general.
 
Además de desenmascarar al prototípico demagogo, es necesario que los hombres aprendan y se acostumbren a dar la cara. Para ello es preciso fomentar una cultura de la responsabilidad individual. Sin ésta, la noción de libertad no es completa, ni plenamente significativa, y viceversa. Es decir, son los individuos, uno por uno, quienes deben responder de sus acciones: esto es la genuina responsabilidad. Ciudadano: no me digas lo que sientes por la libertad, dime lo que haces en favor de la libertad; y, sobre todo, hazlo.
 
A medida que vaya creciendo la corrupción y decadencia del actual Ejecutivo ejecutor que capitanea en España, vamos a oír hablar mucho, cada día más, de la guerra de Irak. Este es el argumento central de la gran farsa, y a él van a acogerse como un clavo ardiendo, sobre un muro ya caído, los que en su desplome quieren que todo se venga abajo. Saben muy bien que la inmensa mayoría de los españoles son rabiosamente antiamericanos (ver últimos datos del Real Instituto Elcano) y estaban (¿están?) contra-la-guerra-de-Irak. A ver quién dice que no.
 
Escribe Gustavo Bueno, con gran acierto, en España no es un mito, que a menudo son los propios españoles quienes contribuyen a incrementar las “amenazas difusas” contra España. En gran medida, dice, son los “pacifistas fundamentalistas”: “Estos pánfilos individuos son acaso más peligrosos para España que aquellos que la amenazan formalmente, desde los ángulos más diversos”.
 
Nos cercena, en efecto, la indiferencia general, pero muchos miles de españoles se manifestaron (¿se manifiestan?) con bastante claridad contra la guerra de Irak, aunque añadan que están a favor de la unidad de España. ¡Qué tiene que ver una cosa con la otra!, protesta el indignado. En nombre de muchísimos “pánfilos individuos”, peligrosos pacifistas, hablan, y próximamente hablarán mucho más, quienes, desde la masa y el poder, se sirven de la guerra de Irak para consumar el incendio de España, mientras el tirano en lo alto de la colina toca la lira interpretando un himno de paz.

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