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Agapito Maestre

La posibilidad de una isla

valga decir que comparto la acertada crítica de Houellebecq a una civilización, la europea, sin pulso

La sesión parlamentaria dedicada al ministro Montilla fue vomitiva. El caso Montilla, así es conocida la extraña condonación que La Caixa ha hecho de una deuda millonaria del PSC, haría sonrojar a cualquiera que tuviera un poco de vergüenza, sin embargo el sujeto concernido saca pecho y amenaza a quien osa criticarlo por inmoral y, quizá, sujeto a disposición de un juez por posible corrupción. Si hubiera creadores literarios de fuste en este país, ya habrían tomado nota del caso Montilla para trasladarlo a una novela. Pero, como no los hay, tendremos que conformarnos con leer en la prensa las respuestas nerviosas y cínicas de este personaje a los diputados de la oposición. Éste, como otros cientos de casos, debería servir para ilustrar alguna obra de ficción, pero en España “todo” es tan políticamente correcto, o sea, tan cobarde, que la mayoría de los “creadores” sólo escriben sobre el “azul del cielo” y lo “malo que era Franco”. Basura. La vida va por un lado y la cultura desaparece.
 
Sin nadie que sea capaz de novelar los mil casos Montilla que ha habido en los últimos treinta años en España, abro con fruición la última novela de Houellebecq, La posibilidad de una isla, para “distraerme” de la miseria política e intelectual de España, pero, al poco de estar leyendo, me encuentro que este francés atípico parece conocer España mejor que la mayoría de los españoles. He aquí un par de muestras. Son sólo una invitación, un guiño de ojos, para leer la nueva novela del gabacho como si se tratara de unos nuevos “episodios nacionales”:
 
1.”Mirando por casualidad un programa cultural en la televisión española (por lo demás era más que una casualidad, era un milagro, porque los programas culturales no abundan en la televisión española, a los españoles no les gustan nada los programas culturales ni la cultura en general, es un terreno que les parece profundamente hostil, a veces tienes la impresión, cuando hablas de cultura, de que se lo toman como una especie de ofensa personal), me enteré de que las últimas palabras de Kant (…) habían sido: “Ya basta.”
 
2.- “La presencia de animales domésticos es relativamente reciente en España. País de cultura tradicionalmente católica, machista y violenta, España trataba hasta hace poco a los animales con indiferencia, y a veces con sombría crueldad. Pero la uniformización funcionaba en todos los terrenos, y España se iba aproximando a las normas europeas, especialmente las inglesas. La homosexualidad era cada vez más corriente y aceptada; se difundía la comida vegetariana, así como las baratijas new age; y, en las familias, los animales domésticos, que en español recibían el bonito nombre de mascotas, sustituían poco apoco a los niños.”
 
Suficiente. Estas dos notas leídas al azar, junto a una descripción de un antro de carretera en la autovía de Albacete a Almería, son estímulos más que suficientes para que me detenga en la novela de Michel Houellebecq, una narración en primera persona de la vida de un bufón, un cómico francés de mucho éxito, que pronto se retirará de la escena para refugiarse al abrigo de la costa almeriense. San José (Almería), principal centro de operaciones del protagonista, es otro guiño para leer despacio esta novela, un estro, sin duda alguna, para pensar por donde podría girar nuestra pobrísima narrativa española actual. Otro día, pues, les cuento la cosa con un poco más de sosiego. De momento, valga decir que comparto la acertada crítica de Houellebecq a una civilización, la europea, sin pulso.

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