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EDITORIAL

Oiga, que no somos Francia

No se debe achacar a la maldad lo que es simple incompetencia, especialmente cuando tanto Zapatero como Moratinos han dado más que sobradas muestras de su incapacidad.

A nadie puede sorprender que Zapatero haya sometido su voto y la posición de España en la difícil negociación presupuestaria a los deseos de Francia. Estas últimas semanas hemos asistido a sorprendentes decisiones en quienes se supone deberían defender las posiciones españolas en la Unión Europea. La crucial negociación con Angola que impidió a Moratinos reunirse con los demás ministros de exteriores europeos para preparar esta cumbre es, sin duda, la más llamativa e inexplicable. Al menos, para quienes carecemos del elevado “compromiso ético” de Curro, demasiado elevado como para bajar a los problemas que afectan a los españoles.

Las negociaciones en Europa siempre han sido a cara de perro. De ahí que Aznar, sobre cuya simpatía natural no creemos que sea necesario extenderse, fuese quien se ponía en primera línea a batirse el cobre, logrando éxitos como la representación obtenida en Niza, mayor de la que cabría esperarse bajo cualquier otro sistema. Zapatero ha llegado a la Unión Europea entre palabras grandilocuentes y vacuas –“volver al corazón de Europa”–  sometiéndose a los deseos de Chirac como antaño hizo González con Mitterrand. Cedió todas las posiciones arduamente logradas por Aznar para obtener una intangible “buena voluntad” de los demás líderes europeos que, como hemos visto estos días, ha servido de bien poco.

No se debe achacar a la maldad lo que es simple incompetencia, especialmente cuando tanto Zapatero como Moratinos han dado más que sobradas muestras de su incapacidad. Pero no suena a simple torpeza la receptividad a proposiciones británicas que reducían nuestros fondos de cohesión por debajo de la propuesta luxemburguesa, una propuesta que fue considerada inaceptable. España habría perdido de todos modos buena parte de esas transferencias gracias al crecimiento continuado propiciado por la política económica de Aznar, pero tamaña indolencia diplomática cuesta explicarla sin tener en cuenta las conversaciones de Zapatero y Barroso y la sospecha de que el gobierno español ha cedido en sus pretensiones a cambio de que el tripartito pueda presentar la OPA sobre Endesa como su mayor éxito desde su ascensión al poder.

Curiosamente, la protagonista de esta cumbre ha sido Angela Merkel, requerida por Blair contra Chirac, por Chirac contra Blair y por los mandatarios de los países del Este para no ser ellos quienes pagaran la reducción del presupuesto y así obtener la mayor cantidad posible de esos fondos de cohesión de los países del sur que habían crecido demasiado estos años como para mantenerlos. La fracasada ha preparado a fondo esta reunión con casi todos los líderes que cuentan algo en Europa salvo, claro está, el laborioso y bocazas Zapatero, que ya se ganó en su día las simpatías de la alemana con una velocidad digna de mejor causa.

Sin embargo, lo cierto es que las relaciones personales, aún sin ayudar, no parece haber tenido ningún papel en el resultado de las negociaciones. La política española en Europa es tan clara y evidente que la presencia de nuestro presidente resulta un estorbo del que se puede prescindir. Ya nadie duda en la Unión de que al final, si la France vote oui, l’Espagne también vote oui.

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