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José García Domínguez

De chacales y gatopardos

Bien, sepa que lo hemos entendido, majestad: el tres por ciento ni ha sido ni es ni será el problema de Mas ni el de la partida de Duran Lleida ni de Montilla ni del Far del Llobregat ni de GISA ni de MOVILMA ni de Sala ni de nadie.

A estas alturas, a nadie escapa que el president Maragall sea hombre permanentemente embriagado de sí mismo. Mas ese narcisismo congénito no lo incapacita para contados instantes de una lucidez tan sobria como insólita viniendo de quien viene. Sin ir más lejos, el domingo, al capitán del barco fantasma que llaman “catalanismo de izquierdas” le dio por orientar la proa hacia las costas de la realidad. Y depuso en La Vanguardia una perla por la que el doctor Freud de Viena hubiera repudiado a la entera colección de menopáusicas histéricas que lo izó a la cumbre de la novela erótica. Pues, cuando los avisados esperaban que saliera, como suele, por peteneras napoleónicas, nos asombró confesándonos su personalidad genuina. De ahí que, al fin, conozcamos hoy que ese que creíamos el Garibaldi dels Països Catalans, en realidad no era otro que el Príncipe Fabrizio de Salina, señor, como es sabido, de las Dos Sicilias, la de allí y la de Casa Nostra.

Tal que así revelaría el Gatopardo su gran secreto a un entrevistador que debía ser de ciencias, ya que no reparó en la exclusiva mundial que le regalaba el destino: “Hay momentos de la historia en que los pueblos y los países tienen que atreverse a cambiar algo para que todo siga igual, para que lo esencial siga vigente y resulta más arriesgado no cambiar nada”. (Aunque sólo fuera por eso de que nobleza obliga, no nos hemos atrevido a corregir el severo mandoble que ahí atrás propina su excelencia a la sintaxis latina). Y sin embargo, tras tan inaudito descubrimiento vuelve a confirmarse que el único acierto de Marx fue un aforismo, el que sentenciaba que la Historia únicamente ha de repetirse a modo de farsa. Porque, dispuestos como estábamos los lectores de la gaceta del conde a saborear la sentencia sublime (“Nosotros fuimos gatopardos; los que nos sustituyan serán chacales”), el nieto secreto de Lampedusa nos espeta: “El Carmel fue una desgracia enorme, que no se puede imputar fácilmente a nadie. Ni a un gobierno ni a otro”.

Bien, sepa que lo hemos entendido, majestad: el tres por ciento ni ha sido ni es ni será el problema de Mas ni el de la partida de Duran Lleida ni de Montilla ni del Far del Llobregat ni de GISA ni de MOVILMA ni de Sala ni de nadie. Acusamos, pues, recibo. No hará falta que nos lo repita otra vez, señor. Pero, en pago, concédanos contemplar de nuevo el lento travelling de Visconti; esos rostros ajados, caducos, blanquecinos; el viejo Príncipe junto a los nuevos capataces de la  Sicilia eterna, el zafio de don Calogero y sus capitanes, entrando en la iglesia de Donnafugata. Oh, esa naturaleza muerta. El Oasis.

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