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Serafín Fanjul

La COPE

En cualquier lugar donde pueda despuntar la disidencia, la opinión insumisa, el mero matiz incómodo, allí acude de inmediato la harca de compadres a ahogar toda voz discrepante que intente lo imposible: sacarles los colores.

Si no existiera habría que inventarla. El problema sería encontrar un grupo de hombres santos dispuestos a arriesgar su dinero y a padecer persecución “por la justicia” de manera desinteresada y limpia. Y a conseguir los imposibles permisos, que ésa es otra (véanse los esfuerzos del ubicuo Montilla para impedir que Telemadrid tuviera un segundo canal). Lo cual parece señalar que, de no ser la Iglesia Católica el principal propietario de la muy perseguida y acosada cadena de radio COPE, ésta ya habría desaparecido, absorbida, comprada o, sencillamente, silenciada por la fuerza.

Quienes, sin ser periodistas, venimos observando con alguna cercanía y mucha atención cuanto sucede en el mundo de la información en nuestro país desde hace ya bastantes años, no podemos por menos que inquietarnos cada vez que el partido socialista ocupa el poder. Incapaces como son de respaldar la legitimidad de origen de su administración (que nadie les niega) con la de ejercicio, apenas se aúpan al machito empiezan los desmanes: en los medios judiciales, en los informativos, en los financieros, en los educativos... En cualquier lugar donde pueda despuntar la disidencia, la opinión insumisa, el mero matiz incómodo, allí acude de inmediato la harca de compadres a ahogar toda voz discrepante que intente lo imposible: sacarles los colores. Recuerdo el caso de Antena 3 Radio o la maniobra mafiosa para extirpar el diario El Independiente y su mal ejemplo en las plácidas praderas donde pastaban los felipistas felices: su pecado consistió en haber sido el único diario que se opuso a la guerra de Iraq en el 91, aquella en la que murieron doscientas mil personas (en la de ahora van por treinta mil, en su inmensa mayoría producidos los muertos por los terroristas islámicos), con González oficiando de monaguillo del Pentágono mañana, tarde y noche y durante la cual Benegas dejó bien sentado el concepto socialista sobre la soberanía nacional, tan brillantemente desarrollado luego por Rodríguez (“El gobierno no es quién para informar de lo que está sucediendo en las bases [americanas en España]”, El Independiente, 6 – 2 – 91). Unos meses más tarde el tándem Durán-Hachuel liquidaba el periódico. Después vino lo del “sindicato del crimen” y siempre la manipulación inaudita de TVE, las concesiones a Polanco saltándose la normativa del propio gobierno, etcétera. Historias de sobra conocidas que dejan claro quién manda en realidad en España.

No puede decirse que la política informativa y de fomento de los medios independientes en los ocho años de gobierno del PP se cuente entre sus mejores logros, pero en verdad carezco de información fidedigna y directa para condenar a éste o a otro dirigente pepero por meteduras de pata en semejante marjal. Sin embargo, lo que sí es bien patente, por desgracia, son los resultados: prácticamente todas las televisiones en manos socialistas o de sus secuaces y paniaguados, la mayor parte de las cadenas de radio y un sector quizá mayoritario de la prensa escrita en idéntica situación. Incluso en emisoras televisivas teóricamente tuteladas por gobiernos regionales del PP, los funambulismos de algún que otro profesional por resituarse en la equidad, el equilibrio y la equidistancia tienen más que ver con los equívocos en la equitación de listos que con la objetividad. Y sugiero darse una vuelta por el edificio de Telemadrid y ver la cartelería desplegada por todos los rincones para comprender la actitud de los trabajadores del lugar. Como le hacían a Urdaci en el Pirulí las pandas de UGT y CCOO.

Raúl del Pozo definió bien el panorama en su cínico comentario dirigido a Aznar cuando, al parecer, el PP brujuleaba en la adquisición de un diario: “Para manipular la información, no hay que comprar periódicos, hay que comprar periodistas”. Y, por cierto, todavía seguimos esperando la venganza conquense que prometió Del Pozo en el último número de El Independiente. Y van catorce años.

Y llegó el del talante. Inútil aclarar en qué quedó la famosa virtud o recordar que un servidor jamás se creyó tan delicuescente actitud del ánimo (ABC, 7 – 5 – 04). En el futuro, sin exagerar, los historiadores para estudiar la oposición informativa al partido de Polanco deberán tomar en consideración a fondo y analizar los materiales de la COPE si quieren enterarse de cuanto estamos padeciendo en este tiempo de vergüenza nacional, de entronización de la golfería: ¿dónde irá el buey que no are? ¡Deme un Montilla! ¡Marchando un CAC! ¡Bien cargadito de Endesas! ¡Y ponle Cuatro, Seis o lo que caiga! Lo que sea, con el gobierno del “lo que sea”. Los oyentes asiduos de la COPE somos conscientes del sinfín de amenazas, insultos, difamaciones, que con velocidad uniformemente acelerada van cayendo sobre la emisora rebelde a medida que marca más y más su línea crítica para tenernos informados de las arbitrariedades y abusos perpetrados por Rodríguez y compañía, de los ridículos a escala planetaria, de negar el agua a Levante, de encubrir lo del Carmelo, de no explicar (¡silencio total!) la muerte de diecisiete soldados en Afganistán, de mutilar e impedir la investigación sobre el 11-M., de inventarse la agresión a Bono, de sacar adelante leyes que nadie había pedido –excepto tres amiguetes suyos–, de imponer otras contrarias a millones de firmas y manifestantes (“Patriotismo es hacer lo que la gente quiere”, definió Rodríguez en uno de sus alardes de pensamiento político), de negociar con la ETA negándolo, de bajarse nuestros pantalones ante los separatistas catalanes, de machacar a las víctimas del terrorismo, de la cara de un empleado de la Apretujillo negándose a informar al Congreso de cuántos contratos ha propiciado su famosa Agencia de Alquileres (¿cuántos serán, madre, cuántos?). En fin, la lamentable cadena de hitos que jalonan este año y medio de pesadilla, España rumbo a la nada, para armonizarnos todos en insignificancia y mediocridad con el Sabio de la Moncloa.

Todo eso lo ha denunciado la COPE. Y muchas otras cosas. Comprenderán que con este historial es lógico que el gobierno socialista ande buscándole las vueltas, a través de sus amigos los separatistas catalanes o en directo. Para beneficiar indirectamente –aspecto nada baladí a otras cadenas de la competencia y para silenciar una mosca cojonera tan molesta. Y cuyos oyentes, encima, asilvestrados e insumisos, van creciendo en proporciones alarmantes: esto hay que pararlo “como sea”, mediante el cierre o mediante amenazas a los obispos que, en definitiva, son gente de paz y no quieren broncas, el lodazal preferido por los socialistas, donde trincan tantos votos (“¡Dales caña, Arfonzo, dales caña!”).

Llegados a este punto, sólo nos queda preguntar ingenuamente: ¿para cuándo preparan, ya, ya mismo, los gobiernos regionales del PP sus propias leyes audiovisuales represivas para empezar a dar palos a las emisoras de obediencia socialista? La afición está esperando.

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