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EDITORIAL

La valentía de Mena

Es perfectamente natural que el ejército garantice la soberanía de la Nación si, desde una autonomía o desde el exterior, ésta se ve amenazada

Es del todo injustificado el revuelo que se ha armado en torno a las palabras que el teniente general José Mena Aguado pronunció ayer en Sevilla. Lo es porque lo que dijo el jefe de la Fuerza Terrestre del Ejército de Tierra es una obviedad de tal calibre que resulta curioso que muchos no quieran ni oírla. José Mena se limitó a recordar de un modo pausado y tranquilo, tal y como lo haría cualquier militar de alta graduación, que nuestra Constitución tiene unos límites que no pueden franquearse. Así de sencillo. ¿O acaso no es verdad?
 
El edificio constitucional, construido con esmero hace un cuarto de siglo, dispone de válvulas de seguridad para evitar que, desde fuera o desde dentro, se atente contra él. Una de ellas es la del artículo octavo, en el mismo Título Preliminar de la Carta Magna, que dice literalmente: “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”
 
¿Hay algo de malo en ello? Es perfectamente natural que el ejército garantice la soberanía de la Nación si, desde una autonomía o desde el exterior, ésta se ve amenazada. Sorprende, por lo tanto, la amenaza de cese por parte del JEMAD, Felix Roldán, y la conminación a presentarse con urgencia –hoy mismo a las 10 de la mañana– en el Ministerio de Defensa. A José Mena, un militar que lleva 40 años en el Ejército y que posee una hoja de servicios impecable a la que no le falta ni la Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco, le quedan tres meses escasos para pasar a la reserva. Quizá por eso mismo se ha sentido lo suficientemente libre para recordar a todos un particular que no debería impresionar a nadie.
 
Los militares, cuya lealtad al orden constitucional está fuera de toda duda, no se meten en política, no lo hacen al menos desde la felizmente fracasada intentona de golpe de Estado de 1981, pero eso no significa que las Fuerzas Armadas no tengan una misión constitucional muy bien definida. Es posible que sea esto lo que perturbe el delicado paladar del Gobierno, especialmente de su ministro de Defensa; que alterna el patrioterismo más deleznable con los guiños a sus socios separatistas. He ahí el quid de la cuestión, no se puede estar en misa y repicando, o se está con la Constitución o contra ella. Esto, los militares parecen tenerlo bastante más claro que el ministro.    

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