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Cristina Losada

No provocar

El organismo nacionalista se cuida de mantener una epidermis ultrasensible, y ante cualquier intento de defenderse de los recortes a la libertad que impone, rasga las bolsitas de ketchup y grita “sangre"

La definición clásica del nanosegundo, según me recordaba un brillante artículo de Mark Steyn en The New Criterion, era ésta: el tiempo que media entre la luz verde de un semáforo neoyorquino y el bocinazo del coche de atrás. Steyn hace una magnífica actualización, apropiada al escenario abierto por el terrorismo islamista. Pero aquí, in Spain, el nanosegundo sigue siendo el tiempo que tardan los nacionalistas en pasar de agresores de la legalidad a víctimas de quienes la defienden. Es ésta una finta bien ensayada y que ha dado sus frutos. Otro nanosegundo transcurre desde aquel instante hasta el momento en que los no nacionalistas lamentan que se haya proporcionado a los otros la ocasión de representar el numerito.
 
Dice la leyenda que en las manifestaciones o saltos, como los llamábamos, que se hacían bajo el franquismo, se gritaba “no correr que es peor”. Yo nunca oí tal cosa en los que estuve, pero si alguien lo decía, nadie hacía el menor caso. Cuando venían los grises, uno corría lo que daba de sí y punto. A buenas horas te ibas a quedar a que te zurraran o te detuvieran. Pero en la democracia española se impuso desde el primer momento respecto a los nacionalistas una tontería de similar factura. Un “no provocar que es peor” regiría durante muchos años, y hasta ahora mismo, la conducta de sus adversarios, tanto a izquierda como a derecha.
 
Por no provocar se la fueron envainando los no nacionalistas en el País Vasco, en Cataluña y, sobre todo, en Madrid, donde se ha vivido siempre en otra órbita celeste, libre de las coacciones de los poderes nacionalistas, y donde los grandes partidos cedían a sus exigencias cuando necesitaban sus votos. Y no se piense que provocarlos requiere declaraciones como las del teniente general Mena. El organismo nacionalista se cuida de mantener una epidermis ultrasensible, y ante cualquier intento de defenderse de los recortes a la libertad que impone, rasga las bolsitas de ketchup y grita “sangre”. Vive de cebar el monstruo del victimismo, todo le sirve de alimento y ninguna ofrenda sacia su apetito.
 

Valga como ejemplo el nacionalista que nos toca en el gobierno gallego. Anxo Quintana culpa de lo de Mena no a Mena, sino al “patrioterismo” del PP y de ciertos dirigentes del PSOE. Que un señor que vive de excitar los sentimientos patrióticos gallegos y de confrontarlos a los españoles hable de patrioterismo tiene miga. Los de su cuerda andan siempre envueltos en himnos y banderas, soflamas y cánticos, de una patria a su particular medida. Provocadores son para ellos todos los que hablen de la nación española en los términos de la Constitución, todos menos los que se muestran dispuestos a hacer leña de ese árbol, como Rodríguez. Y también les provocamos los que preferimos vivir como hasta ahora veníamos haciéndolo en España, donde nadie obliga a rendir culto a sus símbolos ni a utilizar un idioma en exclusiva. Al contrario que en la patria patriotera que quieren montarse, donde hay que ser patriota por obligación y, aún por encima, demostrarlo.

Como decía, hace muchos años se instituyó la costumbre de no provocar a los nacionalistas. Desde entonces, no han dejado de empeorar.

En España

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