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Misión cumplida

Sharon ha legado un programa político, una estrategia nacional y una fuerza política diseñada para llevarlos a cabo

La lectura de la prensa europea, incluida la española, nos proporciona una imagen moderadamente positiva de la figura política de Ariel Sharon. Sin embargo, hace apenas unos meses esos mismos medios nos recordaban su condición de criminal, halcón, enemigo de la paz... Su decisión de levantar una valla que separara israelíes de palestinos provocó todo tipo de críticas y condenas, nada comparables, en cualquier caso, a los epítetos reservados para las incursiones del Ejército contra grupos terroristas. Un cambio tan repentino no puede ser el resultado de la simpatía que cualquier ser humano siente hacia un enfermo. Hay algo más.
 
Sharon accedió a la Presidencia con la idea clara de que el proceso de paz había fracasado por la negativa de Arafat a cooperar, una idea corroborada por los negociadores laboristas y por los anfitriones norteamericanos. Ya no tenía ningún sentido continuar con la misma política, porque implicaba vivir bajo el chantaje palestino.
 
La nueva estrategia suponía una dura campaña contra los grupos terroristas, en especial sus dirigentes, que se verían obligados a dedicar más tiempo a protegerse que a atacar, y para dañar sensiblemente su cadena de mando. Mientras tanto, Israel realizaría su propio proceso de paz, retirándose de la mayor parte de los territorios ocupados en la Guerra de los Seis Días y levantado una valla de seguridad que dificultara la ejecución de atentados terroristas, en especial de suicidas. Sharon asumía así dos tesis básicas del laborismo, aprovechando su estado de extrema debilidad tras el fracaso de las negociaciones de paz en Camp David. Se puede argumentar que fue una licencia poética, un homenaje o un préstamo... pero el resultado fue el vaciamiento doctrinal del laborismo. Sharon incorporó al Likud ideas propias del laborismo y las llevó a la práctica. El resultado fue el esperado por la opinión israelí, aunque no fuera comprendido por nuestra prensa, más preocupada por sentenciar a unos y disculpar a otros. Por una parte atrajo al voto de centro, por otra generó una tensión enorme dentro del propio Likud, forzado a hacer lo contrario de lo que había repetido durante años.
 
La valla y las acciones contraterroristas redujeron sensiblemente el número de los atentados y dañaron la estructura de los grupos terroristas. Sólo esos hechos le dieron un enorme prestigio. La retirada de Gaza fue la prueba de que sus declaraciones no eran mera retórica, que Israel sí estaba ejecutando su parte de la “Hoja de Ruta”.
 
La muerte de Arafat y el proceso de democratización posterior mostró al mundo los gravísimos problemas internos de la sociedad palestina. Ya no podía continuar siendo culpa de Israel. Ese argumento se agotaba al haber pasado a otras manos la responsabilidad. Resultaba que era verdad que la corrupción campaba por sus respetos, que no se perseguía a los terroristas, que Hamás tampoco aceptaba a la nueva autoridad, que Al Fatah se desintegraba y que su desprestigio era tal que resultaba posible un triunfo electoral de los islamistas.
 
La creación del nuevo partido de centro Kadima era una necesidad y, por lo tanto, la consecuencia de una decisión tomada con mucha anticipación. No se podía afrontar la retirada de Cisjordania apoyándose en un partido nacionalista y anexionista. Kadima es ya una realidad que, según los sondeos, se convertirá en la primera fuerza política en el próximo Parlamento.
 
La desaparición de Sharon de la vida política israelí es una mala noticia para Kadima. Es su fundador y era su principal activo. Sin embargo, tuvo el tiempo suficiente para encarrilar el proyecto. Sharon ha legado un programa político, una estrategia nacional y una fuerza política diseñada para llevarlos a cabo. La fecha de su enfermedad fue providencial, tuvo el tiempo justo para terminar su trabajo.

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