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Carlos Semprún Maura

Algunos sobrinos y muchos primos

¡Pobre Mitterand! No deja ni herencia política ni herederos, pero sí un hijo imbécil, otro que es un bandido y una hija que se cree Madonna pero sin voz

Personajes semejantes se encuentran en las novelas francesas de los siglos XVIII y XIX, personas que consideran que no han recibido lo que se merecían al nacer, y que luchan para obtenerlo y para vengarse de todo y de todos, el Destino, la Familia, las Leyes, lo que sea. Tratándose de mujeres en una sociedad republicana como la francesa actual, las ansias de reconocimiento y revancha de Mazarine Pingeot-Mitterand nos tienen sin cuidado, y sólo el esnobismo provinciano de la tele, y de la prensa rosa y amarilla, lo saca a relucir. Mazarine es capaz de todo, pero no puede nada.
 
Lo ha estado jugando con paciencia, un poco de violín sobre los sufrimientos de la hija adulterina, un poco de acordeón sobre su búsqueda de identidad, un par de novelas sobre el tema de la soledad, que, púdicamente, las casas editoriales reconocen haberla “ayudado a escribir”, porque es semianalfabeta, como las demás jovencitas de su edad. Y, ya mayorcita y responsable, lo primero que exige de su compañero sentimental es que realice un documental sobre su fabuloso destino y su maravillosa persona. Si estuviéramos en el siglo XIV y Mazarine fuera princesa, sus increíbles ambiciones, porque son varios los hijos e hijas naturales del difunto Presidente, hubieran podido provocar guerras, pero ahora ni a pleitos. La pobre chica es tan tonta que va a tener que inventarse que su padre presidente intentó violarla cuando tenía trece años, para que se siga hablando de ella. ¡Pobre Mitterand! No deja ni herencia política ni herederos, pero sí un hijo imbécil, otro que es un bandido y una hija que se cree Madonna pero sin voz. Y no citaré a todas sus viudas porque lo cortés no quita lo valiente.
 
Otro que no ha muerto pero que todos toman por fiambre, es el Presidente Chirac. Yo también, cuando se puso a distribuir parrafadas y felicidades, no le presté la menor atención, todos los años es lo mismo. Le pregunté a un taxista, a un tendero, a una pareja de catedráticos y a mi portera, que pensaban de las declaraciones de su Presidente, y todos permanecieron estupefactos: “Pero... ¿ha dicho algo?” Pues sí, algo ha dicho, y aunque por ahora se limite a palabras, ha dado en el clavo, declarando que ha llegado el momento de preparar seriamentel’après pétrole, el periodo post petróleo. Arma de varios filos, cada vez más caro, cada vez más imperialista, había que emprender la reducción drástica de su consumo para liberarse de su eterno chantaje. Y no, como dicen los farsantes verdes europeos, quienes, desde Joscha Fischer a Danièlle Mitterand, predican volver a las velas y a los bueyes, ni siquiera como pretenden los “modernos” que defienden las energías alternativas y confían en esos siniestros molinos, que exigen miles de kilómetros cuadrados, para dar electricidad a una modesta estufa. No, Chirac, habló en serio, y habló de energía nuclear, que había que desarrollar y modernizar como Dios manda, única solución seria y además nada contaminante, al problema de la energía ¡Enhorabuena señor Chirac!

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