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EDITORIAL

Rendición por entregas

Es un juego a dos bandas perfectamente acompasado. La clave es ir tragándoselo todo con el objetivo de que, llegado el momento, el Gobierno alcance un acuerdo con los secesionistas que le permita eternizarse en el poder

La escenificación elegida por Zapatero para la rendición definitiva no puede ser más cuidada. Poco a poco, sin que se note demasiado, con una cadencia casi perfecta para que los terminales mediáticos al servicio del Gobierno vayan inoculando lentamente el anestésico. No hay, a estas alturas, una declaración formal sobre el Estatuto, una toma de postura oficial por parte de Zapatero y su partido. Lo que sí hay son infinidad de detalles, y todos conducen a lo mismo: el Estado de derecho se encuentra al borde de la quiebra y la España que conocemos a punto de pasar a la Historia.
 
Esta misma semana, el Gobierno y sus socios separatistas empezarán a negociar el polémico término "nación" en el Estatuto de Cataluña. Los artífices del engendro ya han advertido que no van a tolerar un solo recorte en este particular. Zapatero, por su parte, no ha dicho esta boca es mía, por lo que lo más probable es que el Tripartito acabe por imponer su criterio. Poco importa que la Constitución sólo acepte como nación la española, ya se encargarán los gabinetes jurídicos del PSOE y ERC de interpretar a su manera la Carta Magna. La Ley, para los socialistas y los nacionalistas, es simple papel mojado que lo aguanta todo.
 
Como muestra, ahí tenemos la asamblea que ha convocado la ilegal Batasuna tomándose incluso la licencia de exhibir en los carteles el anagrama de la banda terrorista ETA, la misma que tiene casi mil muertos y un reguero interminable de destrucción a sus espaldas. Al Gobierno, con Zapatero a su cabeza, no le ha supuesto problema alguno reinterpretar la Ley de Partidos a su antojo, cortándola por el lugar exacto en el que ésta no se interpone entre él y sus fines. Lo dicho, el papel lo aguanta todo.
 
Es un juego a dos bandas perfectamente acompasado. La clave es ir tragándoselo todo con el objetivo de que, llegado el momento, el Gobierno alcance un acuerdo con los secesionistas que le permita eternizarse en el poder. Los únicos que interfieren el designio son los pocos medios independientes que aún quedan y el Partido Popular, que combate en la más amarga soledad política. A los primeros hostigamiento, amenazas de cierre y acoso sistemático. A los segundos insultos y desprecio.
 
Desactivadas ambas cargas, Zapatero podrá obrar libremente, entre tanto ha de disfrazar la operación con el ropaje de lo formal. Así, por ejemplo, los etarras han vuelto al Parlamento de Vitoria respetando la Ley, simplemente porque cuando la burlaron el Fiscal General del Estado se inhibió vergonzosamente. Con el asunto del Estatuto pasa exactamente lo mismo. Un texto semejante no se hubiera merecido ni ser admitido a trámite en el Congreso de los Diputados, pero lo fue, y, casi con toda seguridad, será aprobado en la misma cámara con todos y cada uno de los votos de la inmensa coalición anti PP.        
 
Es la estrategia Zapatero en esta su primera legislatura. Sabe que la situación aún no ha madurado lo suficiente, por lo que ha preferido rendirse por entregas en espera de ir recogiendo, sobre una plétora de concesiones, frutos con los que demostrar que su camino es el adecuado. Por de pronto, el balance no puede ser más negativo. La esperada tregua de ETA no aparece por ninguna parte, es más, la banda procura cada cierto tiempo hacerse presente para recordar al Gobierno que siguen ahí, con la pistola cargada. En Cataluña, el artificio demagógico de la España plural no ha cosechado más que el enrarecimiento del ambiente hasta límites impensables hace sólo dos años, y la radicalización de los que ya eran radicales. Parcos resultados para un Gobierno cuyo programa destructivo no ha hecho más que empezar. 

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