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La ONU no es la solución

Irán tiene comprados dos votos de sendos miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

El gobierno islámico de Teherán ha decidido romper los sellos colocados por los técnicos de la Agencia de la Energía Atómica y proseguir su programa nuclear sin restricciones internacionales. La respuesta no se ha hecho esperar: los europeos, expuestos al engaño, han decidido elevar el asunto al Consejo de Seguridad Nacional (aunque nuestro ministro de exteriores, Miguel Angel Moratinos, tras hablar con Al Baradei en Viena, pidiese nuevamente mas tiempo para convencer a Irán, alejándose así de Londres, Paris y Berlín). Sin embargo, la ONU no es la solución al problema que plantean los ayatolás.

La ONU no es la solución en primer lugar porque Irán tiene comprados dos votos de sendos miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Y aunque Rusia pudiera sentirse tentada a alinearse con el grupo occidental coyunturalmente, China depende en gran medida del petróleo iraní para sostener su ritmo de crecimiento económico. Por lo tanto, es más que probable que, en ausencia de incentivos mayores, el Consejo pueda forjar un consenso sobre una línea coercitiva sobre Teherán.

En segundo lugar, siendo optimistas –y olvidándonos de lo que fue el Consejo durante toda la crisis de Irak– a lo más que se podría aspirar es a una condena política de Irán (muy importante) y al establecimiento de algunas sanciones económicas y diplomáticas. Si se llegara a ese punto, conviene recordar que los embargos y sanciones tecnológicas tienen su sentido cuando la nación castigada depende del extranjero para lograr sus propósitos. No parece ser ese el caso iraní en cuanto a las tecnologías para desarrollar el arma atómica y sus sistemas portadores. El material explosivo, del que carece en cantidad suficiente, podrá fabricarlo en cuanto ponga sus centrifugadoras a trabajar en cadena. Puede que un embargo dañara la capacidad del régimen iraní para sostener su programa a gran escala en el largo plazo, pero no evitaría que Irán se armara nuclearmente en el medio plazo. Sencillamente, no hay sanción que detenga el programa atómico en Irán.

Si, además, las deliberaciones se toman su tiempo o se llenan de hitos que se deban cumplir para pasar al estadio superior –como en Irak– Irán se empleará para seguir dividiendo a los miembros de la comunidad internacional, a fin de prolongar más la discusión sobre qué hacer, a la vez que aceleraría sus intentos para dotarse de un ingenio nuclear lo antes posible.

Llevar el tema iraní a la ONU equivale, en realidad, a perder el tiempo en cuanto a dar con una solución al mismo. Para los europeos, tan temerosos de las medidas de fuerza, supone ganar más tiempo para no hacer nada. Pero cuando la ONU fracase porque los ayatolás no se sientan ni persuadidos ni disuadidos, ¿a dónde acudirán los europeos?

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