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Amando de Miguel

Cuestiones personales

La referencia a la salud mental como vituperio es algo que practicaron con asiduidad los nazis y los soviéticos. Así pues, menos coñas. Por favor, esmérense en afilar los insultos, que esa operación es un signo de inteligencia, finura y gracia.

Antes de seguir, déjenme deslizar un comentario personal a los cientos de emilios que no llego a contestar por saturación. Predominan los comunicantes que sufren con el idioma común. Bien está sufrir un poco con el amante, pero mejor será gozar con él. Yo, al menos, disfruto, gozo, me refocilo con el idioma. Por eso no soy purista ni tiquismiquis. Si me equivoco, corrijo y aprendo. Intenten hacer algo parecido los sufridores.

Otra observación general. Como saben los lectores o visitantes de esta seccioncilla, no tengo pelos en la lengua para transcribir y comentar emilios en los que se me insulta. El vituperio es parte de la comunicación y de la lengua. Es más, me atrevo a sostener (a riesgo de que lluevan más dicterios) que sin libertad de ofender no hay verdadera libertad de expresión. Ahora bien, todo tiene su medida y su límite. Me niego a transcribir y a comentar un comentario que recibo reiteradamente (siempre por parte de los nacionalistas) con intención de ridiculizar y con muy mala follá. Es la insinuación de que estoy loco, tocado, mal de la cabeza o necesitado del psiquiatra. (Y encima suelen decir “siquiatra”, esto es, especialista en curar higos). Claro que necesito ir al psiquiatra, y al dentista y al otorrino. Pero estos nacionalistas lo dicen con mala baba. La referencia a la salud mental como vituperio es algo que practicaron con asiduidad los nazis y los soviéticos. Así pues, menos coñas. Por favor, esmérense en afilar los insultos, que esa operación es un signo de inteligencia, finura y gracia. ¿Saben por qué los niños se apuntan en seguida a las palabras groseras? Porque no saben insultar.

Farmacia Arcicollar (he ahí una botica pensante) lanza una sugerencia genial. Nada menos que la creación de una Escuela Digital. Los colaboradores de LD y aledaños irían alimentando por correo electrónico una publicación digital en la que se vertieran los “verdaderos conocimientos que nuestros hijos [escolares] necesitan”. Me sumo a la idea y la transmito inmediatamente al mando. Se podía llamar “Lecciones de cosas”, el título de un estupendo catón que teníamos de chicos.

Manuel (a secas) acaba de leer mi libro Entre los dos siglos (Gota a gota) y me envía su crítica. Agradecido quedo. Paso la alarma que le produce el “error tipográfico” del adverbio “solo”, que va sin tilde. Si sigue esta sección, comprenderá, don Manuel, que esa decisión es consciente y libérrima. Más gruesa es la crítica de que el libro es “demasiado pro-PP”. ¿Demasiado en relación a qué? ¿Acaso soy también demasiado católico, español, sociólogo, escritor o zamorano? En el libro me lamento de algunas consecuencia adversas de la política del PP. Concretamente, estoy radicalmente en contra de la opinión del PP respecto a la legislación para contener la “violencia de género”. Para empezar, está mal llamada. Debería ser “violencia doméstica”. La razón potísima de mi parecer: que esa política va a traer más violencia doméstica.

La crítica más fuerte que hago al PP es que, en las regiones donde gobierna o ha gobernado, es difícil, por no decir imposible, que se facilite la enseñanza en castellano a la población que la demanda. Eso es un genocidio cultural. Quizá en el libro no he insistido mucho en ese punto porque “no tocaba”, dicho con la expresión de Aznar. Lo desarrollo más en el libro La lengua viva (La Esfera de los libros).

Créame don Manuel. Las dos críticas dichas que hago al PP no me han traído más que disgustos. Se asombraría usted si se los relatara. Alguna vez los pondré por escrito, aunque sea en mi testamento. Sin embargo, voto al PP porque es el partido que se acerca más a mis convicciones. Mi juicio general sobre el octeto de Aznar (1996-2004) es que ha sido el mejor después de un siglo, concretamente desde el Gobierno de Francisco Silvela en 1903. Curiosamente, Silvela y este Aznar han sido los dos únicos presidentes de Gobierno que se han ido con tranquilidad a su casa después de gobernar democráticamente. Eso es elegancia y “talante”. Realmente, don Manuel, ¿le parezco demasiado pro-PP? Pues así será, si a usted se lo parece.

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