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Thomas Sowell

La educación, antes y ahora

Hace algunos años, mirando los libros de texto de matemáticas que mis sobrinas en Harlem usaban, descubrí que les estaban enseñando en el undécimo curso lo que les debían haber enseñado en el noveno.

La noticia de que los escolares de Charlotte (Carolina del Norte, EEUU) han obtenido la más alta puntuación en los exámenes realizados en las grandes ciudades a lo largo y ancho del país me ha impactado de manera especial. Años atrás, a finales de los años 30, yo iba a la escuela en Charlotte y aunque no sé qué puntuación tendríamos en ese entonces, lo que sí sé es que estábamos muy por detrás de los niños que iban a la escuela en Nueva York.

Eso se hizo dolorosamente patente cuando mi familia se mudó al norte y me pusieron en una escuela de Harlem en 1939. De pronto, pasé de ser el estudiante más aventajado en mi clase de Carolina del Norte a ser el último de la clase en Harlem; y debía luchar por tratar de llegar a su nivel.

Pasadas algunas décadas, en mi investigación apareció el dato que los niños con los que no podía mantener el ritmo en esa escuela, tenían en aquel entonces un 84 como promedio de coeficiente intelectual. Contrariamente a las creencias de moda, no era la segregación racial la que hacía que la educación en Charlotte fuese inferior ya que la escuela en Harlem también era una escuela negra.

En esos días, para un niño del Sur era algo normal tener que retroceder todo un curso académico cuando entraba a la escuela en Nueva York. Así de grande era la diferencia en los estándares educativos. De alguna manera logré persuadir al director para que me dejara ser una excepción. Fue un error de su parte y de la mía. Estaba claramente atrasado un año en relación con esos niños que habían estudiado en Harlem. Tres años después había logrado alcanzarlos y sobrepasarlos, por lo que me enviaron a una clase para alumnos avanzados donde el promedio de coeficiente intelectual era de más de 120.

Eso no significa que el coeficiente intelectual no importe. Significa que yo tenía mucho trabajo que hacer para poder arreglármelas y superar la desventaja de una educación inferior en Carolina del Norte.

Avanzando unos cuantos años después, me encuentro en el Cuerpo de Marines, en un campamento de entrenamiento de reclutas en Parris Island, Carolina del Sur. Cuando tabularon los resultados de los tests mentales de mi grupo , el hombre a cargo expresó su sorpresa por la cantidad de altas puntuaciones que había.

"¿De dónde sois, chicos? preguntó. “Nueva York? Pensilvania?”

Éramos de Nueva York y la alta calidad de nuestras escuelas en esa época fueron sin duda alguna un factor para las altas puntuaciones que conseguimos. En esos días, nadie hubiese pensado que las escuelas de Charlotte terminarían produciendo alumnos mejor educados que las escuelas en Nueva York. No sé que ha pasado en Charlotte pero lo que sí sé es lo que ha pasado en Nueva York.

Hace algunos años, mirando los libros de texto de matemáticas que mis sobrinas en Harlem usaban, descubrí que les estaban enseñando en el undécimo curso lo que les debían haber enseñado en el noveno. Aún si se diese que fueran las mejores alumnas del colegio, estarían atrasadas dos años, reduciendo correspondientemente sus oportunidades en la vida.

Nueva York tiene dos clases de diplomas de bachillerato, su diploma propio reconocido localmente, que no reconocido por el Estado ni por muchas universidades y el diploma Regent del Estado para bachilleres que han puntuado más allá de un nivel determinado en el examen de Regent. Este último diploma es para los alumnos que se toman en serio ir a una buena universidad. Sólo el 9% de los alumnos negros y el 10% de latinos sacan diplomas Regent.

Que los niños de una ciudad sureña ahora sean los que encabezan la lista de las mejores puntuaciones de grandes ciudades puede ser debido a que el Sur no se ha apuntado a las recientes modas en educación en la misma medida que los lugares de vanguardia como la ciudad de Nueva York, donde el gasto por alumno es alrededor de un 50% más alto que la media nacional.

Estas modas ahora incluyen el dogma de que la “diversidad” racial mejora la educación al igual que el énfasis en la “identidad” racial. En realidad, un estudio reciente demuestra que los alumnos negros que se desempeñan bien en escuelas racialmente integradas caen mal a sus compañeros de clase negros. Son acusados de “actuar como blancos”, una acusación que puede conllevar de todo, desde el ostracismo a, directamente, la violencia. Eso no sucede en la misma medida entre negros que asisten a escuelas negras. Igualmente, la popularidad de los alumnos hispanos cae en picado –mucho más aún que entre negros– cuando el promedio de sus calificaciones mejora.

¿No es sorprendente que a los niños americanos blancos y asiático-americanos les vaya mejor sin estas desventajas autoinflingidas contra su desarrollo académico? ¿Es sorprendente acaso que las escuelas de Nueva York estén pagando el precio de esos vanguardistas dogmas educativos?

©2006 Creators Syndicate, Inc.
* Traducido por Miryam Lindberg

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