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Gabriel Calzada

El exterminador nuclear

¿Por qué no se limita el gobierno francés a amenazar a esos gobernantes con lanzarles un misil convencional en plena reunión ministerial?

Todo el mundo sabe que la grandeza de la France y de sus políticos está por encima del bien y del mal o de la coherencia e incoherencia. Jaques Chirac lo ha vuelto a demostrar al declarar que su gobierno está dispuesto a lanzar bombas atómicas contra “los dirigentes de Estados que recurrieran a medios terroristas contra [Francia] o que pensaran en utilizar armas de destrucción masiva”. Esto lo dice el mismo que afirmaba que la guerra de Irak era innecesaria, injusta e ilegal al tiempo que su ejército llevaba a cabo bombardeos en Costa de Marfil. En fin, todo un hombre de estado.

Una de las principales características de las armas nucleares es que no pueden discriminar. Se llevan por delante a todos. Tanto a culpables como a inocentes. La teoría de la guerra justa desarrollada por los pensadores escolásticos españoles del Siglo de Oro entendía la posibilidad de discriminación como una condición necesaria para que una acción bélica pueda ser considerada como justa. Cuestión de disputa es si se comete un error utilizando medios que permiten la discriminación y mueren personas inocentes. Pero el caso de Chirac no tiene discusión porque lo que plantea es acabar con gobiernos terroristas a través del exterminio de su población civil. Y no sería muy descabellado aventurar que en ese caso serían precisamente los gobernantes quienes sobrevivirían. Ante los problemas de la maquinaria militar estatal para frenar el fenómeno del terrorismo internacional, el gobierno francés ha decidido dar un paso más en su particular interpretación de la justicia y amenazar a toda la población de los países cuyos gobiernos apoyen el terrorismo.

¿Por qué no se limita el gobierno francés a amenazar a esos gobernantes con lanzarles un misil convencional en plena reunión ministerial? ¿Existe una especie de acuerdo tácito por el cual los gobernantes se respetan mutuamente hasta en la guerra y juegan la partida con los recursos y la vida de su población? ¿Qué sentido tiene amenazar a millones de inocentes con la justificación de que sus gobernantes apoyan el terrorismo?

Responder a estas cuestiones es responder a la razón por la que el mundo pasó de asistir a guerras de guerreros a horrorizarse y sufrir con la guerra total. Con anterioridad a la revolución francesa las guerras podían durar décadas o siglos y la población civil casi no se enteraba. Es con el surgimiento del estado moderno y su capacidad para detraer recursos de los individuos mediante fórmulas coactivas cuando surge la guerra total.

A partir de finales del siglo XVIII la población de un país enemigo que ha instaurado la conscripción pasa a ser objetivo militar. Al fin y al cabo con la aparición del reclutamiento forzoso todos los varones se convertían automáticamente en un recurso militar. En el siglo XX, el avance tanto del impuesto sobre la renta como, sobre todo, la inflación sin frenos como medios para financiar las guerras reforzarían la idea de la población civil como objetivo militar. Después de todo, si el estado enemigo se financia mediante el robo de poder adquisitivo a de todos sus habitantes a través de la inflación, todas las personas que vivan bajo esas leyes de curso forzoso se convierten en parte de quienes nos agreden.

En definitiva, es el estatismo el que ha puesto a los inocentes en el punto de mira de la guerra. Desde el levée en masse del Comité para la Salvación Pública de Robespierre hasta la amenaza de Chirac de usar armas nucleares contra el terrorismo, la justicia y el respeto por la libertad individual no han hecho más que disolverse en el ácido del estatismo.

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