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Gabriel Calzada

Van a por tu coche

Con la absurda pero extendida coartada de que “cada coche parado es un respiro que se concede al cielo” hay quien ha estado pinchando las ruedas de numerosos vehículos en el centro de la ciudad.

Una gran parte de los consumidores considera el coche como un bien extremadamente importante para su bienestar. Que el año pasado fuera el de mayor venta de coches de la historia en nuestro país no hace sino confirmar que esa consideración parece estar cada vez más extendida. Sin embargo, los anticivilización se empeñan en señalar al coche como el origen de un sinfín de males sociales. Están convencidos o, al menos, nos intentan convencer a los demás de que si bien el coche puede ser un fabuloso bien económico para su propietario, es un terrible mal para la sociedad y para el planeta. Se equivocan. El coche es uno de los principales motores de progreso y mejora del medio en el que vivimos. Y no porque mucha gente trabaje en su producción, distribución y venta. La enorme importancia del automóvil procede de las consecuencias del uso del coche; de los fines que permite alcanzar a cambio de un coste relativamente reducido.

Es evidente que esta máquina del siglo XX incrementa la productividad de toda la sociedad. ¿Se imaginan lo improductivas que serían multitud de empresas si no tuviésemos coches? Pero los automóviles también tienen la virtud de incrementar el tamaño del mercado haciendo que el proceso de división del trabajo se extienda y que la productividad aumente. Esto es tan obvio que parece habérsele olvidado a más de uno. Para colmo de bienes el coche permite multiplicar el aprovechamiento de nuestro tiempo libre. En cuanto al efecto del automóvil sobre el medio ambiente, parece razonable pensar que ayuda a mejorarlo. Por un lado, el estado sanitario de las vías públicas antes de la generalización del coche era lamentable. Algunos admitirán ese argumento pero alegarán que ya es hora de pasar a otro tipo de transporte más “limpio” sin caer en la cuenta de que cualquier alternativa forzada conlleva un uso menos urgente de los recursos y, por lo tanto, un mayor despilfarro que a la larga sólo puede estar asociado a un empeoramiento del medio ambiente. Tampoco parece haber muchos detractores del automóvil que sean conscientes de que si bien miles de personas mueren en accidentes de tráfico, son muchos más los que salvan sus vidas a diario gracias a su existencia generalizada y que, por lo tanto, su eliminación o restricción puede contarse en número de vidas.

Sin embargo, el ataque al coche no cesa. En los EE.UU. la red de ecologistas evangelistas mantienen desde hace un par de años una campaña en contra de los coches grandes. Tras su demagógico eslogan "¿Qué conduciría Jesucristo?" se esconden un sinfín de razonamientos equívocos y falacias infantiles. Al margen de que es evidente que Jesucristo tendría un todoterreno a lo Nissan Navarra para llevar a los apóstoles, la insistencia de estos grupos en restringir por ley los vehículos grandes con la excusa de que contaminan más y de que los principales perjudicados de la contaminación son los pobres no se tiene en pie. Una furgoneta no presta el mismo servicio que un utilitario ni es capaz de llevar al mismo número de personas por lo que hablar de que contaminan más que los coches pequeños es ridículo. Por otro lado, la insinuación de que los pobres son los grandes perjudicados de la existencia de coches grandes como los todoterreno tampoco es muy afortunada. En pocos lugares como en los países pobres se puede verificar de manera más sencilla que estos automóviles de gran volumen ayudan a la gente a ser más productiva, menos dependientes y más capaces de sobrevivir.

En Madrid algunos han llevado estos razonamientos exóticos a extremos violentos. Con la absurda pero extendida coartada de que “cada coche parado es un respiro que se concede al cielo” hay quien ha estado pinchando las ruedas de numerosos vehículos en el centro de la ciudad. No es sino un nuevo ejemplo de cómo el movimiento ecologista se está transformando en una secta tan ignorante como violenta.

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