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Economía y opinión

Es posible que la inmensa mayoría de nuestro profesorado bachiller sea, conscientemente o no, marxista; en todo caso, a casi todos les disgusta el capitalismo, que consideran algo así como un tránsito penoso hacia la Justicia.

Es muy difícil cerrar el bache natural que hay entre la actividad científica y su divulgación. Mucho más lo es en economía, que no es, precisamente, una ciencia exacta. Al fin y al cabo, en las ciencias naturales, y en su derivada la técnica, es posible difundir a la opinión pública el objetivo o los resultados de un determinado avance. Los entresijos del proceso por el que se ha llegado a ese final siguen siendo, para la mayoría, una caja negra, pero el resultado, su utilidad, etc., es bastante claro. No quiere decir esto que se llegue a una unanimidad, pues hay quién discutirá, con razón o sin ella, los efectos resultantes, morales o de otra índole, como los ecológicos. Pero hay elementos bastante firmes para la valoración a favor o en contra.

En economía es distinto. La ciencia económica, por muy tecnificada que esté, es una "ciencia" que analiza el comportamiento humano en sus actos de carácter económico. Esto permite formular hipótesis de comportamiento en determinadas condiciones con un cierto grado de plausibilidad: por ejemplo, que la demanda en relación al precio, caeteris paribus, es decreciente. El problema es que, una vez definida una curva de demanda en unas condiciones fijadas, éstas tienden a "moverse" incesantemente, con lo que el acierto de las previsiones que queramos hacer de cual va a ser el precio en el futuro son puramente aleatorias. Hay muchos ejemplos de que los instrumentos mentales más útiles de que disponemos para aproximarnos a la realidad económica son pura entelequia. Véase qué contenido real tiene, por ejemplo, la "tasa de paro no aceleradora de inflación", el PIB potencial, el pleno empleo, el déficit estructural; un acervo de herramientas de carácter casi metafísico. Sólo poseemos indicios muy parciales de su existencia; pero no dejan de ser indispensables porque no hay otras. Por eso tiene a veces un inquietante carácter circular la ciencia económica. Sus teorías nunca son del todo superadas por otras mejores, y cíclicamente vuelven a estar de moda. De ahí, también, la distinción entre escuelas, y la acusación mutua de ideologización, lo cual es bastante cierto.

¿Quiere decir esto que la economía no avanza? Pues no, pero casi. La economía, tal como la vio Adam Smith, sigue siendo válida. El escocés no hacía predicciones cuantificables como decir, por ejemplo, que la renta del país se multiplicará por un factor x en tantos años. En cambio, sí hizo una general que se ha cumplido: la riqueza de las naciones aumenta con la libertad, la propiedad privada, la ley y un estado que cumpla sus funciones: la seguridad, la defensa y la estabilidad monetaria y fiscal. Esto, que ha sido corroborado por la historia desde entonces (1776), es todavía discutido por economistas de distinto pelaje. Es discutido por los economistas de izquierdas y keynesianos, pero también por liberales ultras que consideran a Smith sospechoso de ser predecesor de Marx, por su teoría del valor trabajo, o porque defendía un mínimo de presencia estatal.

Pero, más allá de la dificultad que impone su falta de precisión, inherente a muchas otras ciencias sociales, la divulgación de la economía enfrenta un obstáculo que resulta probablemente aún más relevante. Y es que, entre los más perniciosos de los que dan la espalda a la economía tipo Smith, son mayoría los que quieren mantener a toda costa una metodología seudo científica con predicciones cuantificables. Y éstas agreden con frecuencia al sentido común del ciudadano que se moleste en analizarlas. Por ejemplo, es frecuente escuchar aseveraciones del siguiente jaez: "la instrumentación de la política monetaria mediante objetivos monetarios es un 2,5% menos eficaz que la de tipo de interés para la estabilidad financiera de tal zona". Si es difícil definir concretamente (incluso para los expertos) que es exactamente la estabilidad financiera, ¿cómo debemos valorar una cifra tan significativa? ¿Cuánta importancia dar a ese pequeño porcentaje de algo que no se puede definir con precisión? En fin, un paseo por los escaparates "científicos" (working shops) provoca carcajadas o tristes sonrisas, según esté el ánimo. Sobre todo sabiendo que todo esto está públicamente financiado, faltaría más. El dinero gastado en estas disquisiciones bizantinas se ha multiplicado considerablemente (esta afirmación no requiere demostración).

Volviendo al principio, el problema es que hay un abismo entre tal actividad y la divulgación de resultados insalvable. Si entre una actividad con resultados prácticos y la opinión pública ya es difícil cerrar el bache, entre la Torre de marfil en que habitan los economistas de prestigio y la plebe, imagínese.

Por si el estado anterior de cosas no fuera suficiente para hacernos abandonar cualquier esperanza de hacer comprensible la economía a seres humanos de inteligencia normal fuera de la profesión, esta brecha es aún mayor en España. Aquí la divulgación económica del bachillerato no es que sea nula, es que es un contrafuero. ¡Es progre! Como puede leerse en "El empresario y la teoría de mercado", de Manuel Jesús González (Circulo de Empresarios), el villano de la historia de Occidente contada a nuestros jóvenes es el empresario, culpable de la pobreza. Los buenos son los obreros (o trabajadores), a ser posible manuales, que son los que crean riqueza. ¿No suena esto a marxismo vergonzante? Pues sí: es posible que la inmensa mayoría de nuestro profesorado bachiller sea, conscientemente o no, marxista; en todo caso, a casi todos les disgusta el capitalismo, que consideran algo así como un tránsito penoso hacia la Justicia, sobre el que hay que cerrar los ojos púdicamente. Es de imaginar que cuando hacen uso del bienestar que su sueldo público les permite, dan de comer a sus hijos, y disfrutan de 2 o 3 meses de vacaciones al año, no se les pasa por la cabeza que eso es gracias al capitalismo (muy limitado) que tenemos. Nuestros padres tenían jornadas de 6 días, 14 horas diarias, para mantener con apuros una familia; así que algo bueno tendrá el maldecido capitalismo.

Sin embargo, ese abismo de ignorancia y falsedades podría cerrarse si existiera voluntad política. No sería difícil hacer comprender lo más básico de la economía, lo mínimo incluso para una ideología de izquierdas. Sin ser exhaustivo, en el contexto actual no vendría mal empezar a enseñar a los infantes que la intromisión del estado perjudica a la actividad económica; que la acción del gobierno es necesaria, pero debe ser de mínima injerencia legislativa y limitada a cierto nivel de presión fiscal; que en la democracia que se precie ha de respetarse a las minorías, y que hay normas generales que no deben ponerse en solfa cada vez que hay un cambio de mayoría; que la distribución no debe ser el objetivo número unote la política económica, pues ello lleva al dominio de la lucha de grupos de presión en contra del interés general.

Es fácil ver que el gobierno actual conculca estos y otros principios básicos sobre los que se ha basado el progreso de las naciones. De este modo, le resulta fácil hacer tragar a los españoles hasta la más burda de las mentiras, por ejemplo, que una operación como la OPA de Gas Natural sobre Endesa favorecerá "una mayor competencia en el mercado energético".

La educación en España es desastrosa, y a ello no escapa la educación ciudadana, de la que tanto se jacta de atender este gobierno. Pues al fin y al cabo, de eso trata la educación económica: de instruir a buenos ciudadanos, no a futuros electores.

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