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EDITORIAL

El vencido debe ser ETA

Se han equivocado las víctimas en reclamar que una eventual paz ha de tener vencedores y vencidos. Zapatero está de acuerdo con eso y lo puede rubricar sin ningún problema. La diferencia es que él marcaría una casilla distinta en el apartado del vencedor.

Paz ha sido siempre un término creado con mala intención para describir la relación deseable con ETA. No existe ninguna guerra, y difícilmente puede hablarse, por tanto, de paz; menos aún de un proceso para llegar a ella. Una parte de los españoles se considera legitimada para asesinar a los demás; a eso se reduce el "conflicto vasco". Por tanto, el fin de la banda terrorista no podrá venir nunca de ningún proceso de paz, sino de la rendición y encarcelación de quienes, durante décadas, han mostrado la cara más cruel y despreciable del ser humano.

Zapatero ha demostrado que, para él, lo único importante es que ETA le conceda graciosamente una tregua que presentar a las elecciones como el único logro de la peor legislatura de nuestro periodo democrático. Tiene razones poderosas para considerar que así conservará el poder, su única obsesión; después de todo debe su puesto a la voluntad de los españoles de rendirse ante el terrorismo islámico. La diferencia es que, entonces, no hubo nadie que expresara en público, alto y claro, la necesidad de enfrentarse al mal. Hoy, en cambio, las víctimas de ETA no están dispuestas a callarse, y se han mostrado unidas frente a los intentos del PSOE de dividirlas.

La sociedad española tiene claro que la paz no puede ser la paz de Azcoitia, una paz sin libertad ni justicia, en la que las víctimas son humilladas y los asesinos jaleados ante la pasividad, cuando no la aprobación apenas encubierta, de los representantes del Estado de Derecho. Sin embargo, Zapatero cuenta con embaucarla con el embrujo de la palabra "paz". No es paz lo que se debe reclamar, sino justicia y, sobre todo, libertad. Libertad frente al terror, sí, pero también ante la asfixia del nacionalismo obligatorio, libertad para poder optar por la opción política que se prefiera, libertad para poder gritar en el casco viejo de San Sebastián que los etarras no son más que asesinos y, quienes les apoyan y comprenden, sus cómplices.

Conformarse con menos no es otra cosa que la claudicación y la rendición ante el terrorismo nacionalista vasco. Ofreciendo la cabeza de Fungairiño, negándose a luchar por el castigo ejemplar a Henri Parot y los suyos, el gobierno está regalando a ETA los motivos para no dejar de matar. Está enseñándoles, a ellos y a quienes deseen tomar nota, que el crimen da dividendos, que sale a cuenta matar. Estará dando la razón a quien asegura que una asociación de asesinos es una "organización política que hace uso de las técnicas modernas de lucha de minorías contra mayorías", pues la mayoría habrá cedido y habrá sido derrotada. No es la paz lo que un gobierno decente y responsable debe buscar, sino la derrota de ETA.

Por eso, quizá se han equivocado las víctimas en reclamar que una eventual paz ha de tener vencedores y vencidos. Zapatero está de acuerdo con eso y lo puede rubricar sin ningún problema. La diferencia es que él marcaría una casilla distinta en el apartado del vencedor.

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