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Democratizar

De lo que se trataba, y se sigue tratando, es de provocar cambios sustanciales en las distintas sociedades para que ese conjunto de principios y valores que caracterizan el espíritu democrático arraiguen.

Los críticos de la Administración Bush repiten hasta la saciedad dos ideas: por fin ha abandonado a los neoconservadores y ha apostado por la diplomacia, primera idea, y su estrategia de democratización ha fracasado ante las victorias de los islamistas en las distintas elecciones convocadas, segunda.

Sobre la primera ya hemos escrito con anterioridad, por lo que sólo nos limitaremos a recordar algunos hechos significativos. En la anterior legislatura no había ningún neo-con en el Gobierno y ahora hay uno, Bolton, el embajador en Naciones Unidas, que en Estados Unidos tiene rango ministerial. Hace cinco años la doctrina neo-conservadora era una entre las republicanas, ahora es la más importante, consustancial a la identidad del partido en esta nueva etapa caracterizada por la Guerra contra el Terror. Los neo-con nunca han sido contrarios a la diplomacia ni al soft power, se han limitado a reivindicar la centenaria tradición europea –esa que hizo del Viejo Continente el centro del mundo– de que la diplomacia sin la capacidad disuasoria de un hipotético uso de la fuerza, se convierte en un ejercicio estéril. No tienen nada de originales, aunque puedan parecer marcianos para la decadente Europa de nuestros días. La segunda legislatura de Bush se caracteriza por circunstancias muy distintas: hay que consolidar las reconstrucciones de Afganistán y de Irak y hay que dar tiempo, porque lo hay, para tratar de encauzar las crisis de Irán y Palestina. Dentro de tres años, a la vuelta de las presidenciales norteamericanas, nos encontraremos ante el momento de tomar difíciles decisiones.

La segunda idea parte de un equívoco intencionado: el confundir democracia con elecciones. Las segundas son fundamentales para constituir la primera, pero mientras las urnas tienen un carácter instrumental, la democracia es algo sustancial, el resultado de la aplicación de un conjunto de principios y valores a la vida en comunidad. El Gobierno norteamericano nunca ha dicho, ni se le ha pasado por la cabeza, que la solución del Gran Oriente Medio sea convocar elecciones a diestro y siniestro. Lo ha pedido o exigido donde era necesario para establecer nuevos regímenes políticos de corte democrático –casos de Afganistán e Irak– o para resolver el problema de la legitimidad de una parte negociadora –Palestina–. Para el conjunto de la región la diplomacia norteamericana ha solicitado la adopción de un conjunto de medidas a aplicar en conjunción con la Unión Europea, que van desde el combate contra la corrupción, el respeto a los derechos de la mujer, el desarrollo de una oferta educativa aceptable... hasta la creación de mercados regionales abiertos y, desde luego, un proceso de democratización paulatino, que debe pasar por unas elecciones más limpias que las efectuadas hasta la fecha.

No nos olvidemos de los términos, porque no son casuales. Estados Unidos propuso en el verano de 2004, en la Cumbre del G-7, una "Iniciativa para la Transformación". De lo que se trataba, y se sigue tratando, es de provocar cambios sustanciales en las distintas sociedades para que ese conjunto de principios y valores que caracterizan el espíritu democrático arraiguen, como lo han hecho en otras naciones no occidentales, como Japón o la India, o incluso musulmanas, como Turquía o, con sus muchas limitaciones, Indonesia. La democracia es un proceso y no se llega a un estadio determinado si antes no se pasa por ciertas estaciones.

Que los procesos electorales iban a conceder oportunidades a los islamistas es algo que ya se sabía y se asumía. Pero eso no hace más que evidenciar la realidad. El problema fundamental es que los islamistas ya han ganado la calle en muchos países y están en vías de conseguirlo en algunos otros. Ese triunfo no se puede comprender si no se tiene en cuenta la frustración provocada por el fracaso de las distintas vías de modernización seguidas hasta la fecha. El hombre vuelve la vista al pasado cuando no encuentra expectativas en el presente y no cree en el futuro. El islamismo ha salido de las cavernas porque no hay alternativa mejor, porque la gente les reconoce su trabajo en el campo de la caridad y porque están deseando acabar con los regímenes corruptos que les han abocado a la desesperanza.

Al islamismo no se le derrotará prohibiendo elecciones y apoyando dictaduras, sino desbrozando una expectativa modernizadora, perfectamente compatible con el Islam y con los valores occidentales.

La transformación democrática no ha hecho más que empezar y estamos muy lejos de saber si triunfará o fracasará. Lo fundamental, lo que no debemos olvidar en ningún momento, es que la alternativa ya la hemos ensayado durante décadas con resultados catastróficos. Como Rice reconoció en El Cairo, "sacrificamos la libertad por la estabilidad y al final ni tenemos estabilidad ni libertad".

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