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EDITORIAL

Aznar y un toque de esperanza

El día en que gallardones, elorriagas, arriolas y piqués realmente se crean que no hay que pedir perdón por no ser de izquierdas, el PP podrá convertirse en una alternativa al régimen.

La convención del PP ha arrancado con un señor que pide perdón por ser de derechas y ha continuado con tres discursos pronunciados por quienes están orgullosos de serlo. La constante duda entre elegir a unos o a otros es lo que más ha lastrado la labor de estos dos años de oposición del Partido Popular. Esta noche, sólo un ciego o un asesor no sabría qué camino ha de tomar la oposición.

José María Aznar ha dicho lo que los militantes y votantes del PP esperaban que alguien les dijera: que van a ganar las próximas elecciones. Sin duda, está justificado cierto pesimismo ante el cariz de cambio de régimen que está adoptando esta legislatura, pero contra eso no se lucha sólo desde la advertencia ominosa sino desde el optimismo de que está por llegar algo mejor. Su discurso, oficialmente dedicado a sus años de gobierno, se ha centrado en la crítica de un gobernante cuya única política es "destruir el legado del PP" en todos los terrenos, especialmente la lucha antiterrorista. Si algo ha querido dejar claro del pasado, han sido las diferencias entre 1998 y 2005. Entonces, ha asegurado, no se negoció nada, se siguió deteniendo a miembros de la cúpula etarra y sólo se habló de rendición. No deja de ser un claro contraste con un gobierno que legaliza al brazo político de ETA y abandona el pacto antiterrorista para mendigar una tregua que llevarse a las elecciones como único mérito para ser reelegido.

El mensaje que ha de quedar de su excelente discurso, cuando haya pasado la borrachera de autoafirmación que supone toda convención, es que "no hay que pedir perdón por no ser de izquierda". Porque el día en que gallardones, elorriagas, arriolas y piqués realmente se lo crean, o sean apartados por la dirección del partido por no hacerlo, el PP podrá convertirse en una alternativa al régimen. Para dar y ganar esa batalla de las ideas cuya importancia ha resaltado Esperanza Aguirre, es imprescindible hacerlo "desde la firmeza de nuestros principios y nuestras convicciones", y no con el ojo puesto en la encuesta y en el que dirán.

El sectarismo del Gobierno de Zapatero, y la forma en que llegó al poder, han promovido que la derecha social le haya perdido el miedo a la calle durante estos dos años. Si el PP se muestra exultante del apoyo logrado en ella a sus posiciones centrales, no estaría de más que agradeciera debidamente a las víctimas el que los españoles hayan perdido al fin la vergüenza de mostrar su bandera. Y la mejor manera de hacerlo es retirar de sus hombros una carga que no han pedido y que, en justicia, no les corresponde. Bastante han sufrido ya como para tener que ponerse en primera línea contra el consenso mediático; ya es hora de que los populares comiencen a organizar ellos las movilizaciones y dejen de esconderse detrás de otros colectivos.

La responsabilidad del Partido Popular tras esta convención ha de ser la de cargar la bandera de la resistencia al cambio de régimen, desde los principios liberales y una idea clara de España, sin complejos. Esperemos que ese comienzo centrado en la nada y seguido por la esperanza de un futuro mejor sea una metáfora de una transformación que la derecha política necesita hacer este fin de semana. El domingo empezaremos a saberlo.

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