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José García Domínguez

Quien quiera saber, está loco

Cuando el inspector Álvarez identificó otra bolsa, una desgastada, baja, alargada, descolorida y con las asas cortas, Carod Rovira no podía decir de un presidente del Gobierno que hubiese "avalado moralmente" su pacto con Josu Ternera en Perpiñán.

Hasta que, a media tarde del 11 de marzo de 2004, alguien olvidó una bolsa cargada de explosivos en la comisaría de Vallecas, la única patria de todos nuestros presidentes del Gobierno había sido España. De todos. Sin una sola excepción; ni una. Y sin la menor sombra de duda o vacilación; ni la más nimia. Siempre fue así desde que, en 1812, Agustín Argüelles, al presentar ante las Cortes el texto de la Constitución de Cádiz, gritara: "Españoles, ya tenéis patria". Siempre. Hasta que, cuarenta y ocho horas después de que los perros de la Policía no detectasen el menor rastro de dinamita en la furgoneta de Atocha, súbitamente, dejó de serlo.

Diecisiete meses antes de que la Dirección General de la Policía ocultara a un juez que el inspector Álvarez no vio aquella mochila a media mañana del 11 de marzo de 2004, entre Francia y Portugal existía una sola nación. Diecisiete meses después, ya no. Pasados únicamente dos años desde que tampoco ningún Tedax hubiese observado mochila explosiva alguna aquel 11 de marzo de 2004 en la estación del Pozo, entre Portugal y Francia, formalmente, coexisten un par de naciones: Cataluña y España. Y sólo es el principio.

Hoy hace justo un bienio y tres días, cuando el inspector Álvarez identificó otra bolsa, una desgastada, baja, alargada, descolorida y con las asas cortas, Carod Rovira no podía decir de un presidente del Gobierno que hubiese "avalado moralmente" su pacto con Josu Ternera en Perpiñán. Dos años y tres días después, al tiempo que el inspector ojea por primera vez esa bolsa impecablemente nueva, impoluta, diferente que le acaba de mostrar el juez Del Olmo, ERC se permite salpicar a Zapatero en sus cónclaves secesionistas con la ETA.

Justo al cumplirse 192 años desde que fray Luciano Román, aquel fernandino servil, sentenciase sobre la patria que "todo hombre de bien, honrado y virtuoso debe en conciencia jurarle odio eterno" –que por algo es sinónimo de la nación única depositaria de la soberanía–, un Skoda Fabia aparece abandonado en Madrid. Es objeto de cinco inspecciones policiales que no logran descubrir en su interior nada relevante. Nada. Absolutamente nada.

Poco después, cuando los legítimos herederos de fray Luciano y del cura Santa Cruz rozan con las yemas de los dedos su viejo sueño de volver al orden jurídico de la Edad Media, el Skoda Fabia sufre un sexto registro. Resultado pericial del nuevo vistazo: ocultaba un bazar persa en su interior. Salvo la cayada de Ben Laden y el caballo blanco de Lawrence de Arabia, allí aparecen desde los decorados completos deCasablancayLas cuatro plumas, hasta el turbante que usó Anthony Quinn enMahoma, el mensajero de Dios. Pero, eso sí, que quede claro que el loco es Rajoy, por preguntar. Aunque de sus labios ni siquiera haya salido un simple ¿cui prodest?

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