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EDITORIAL

Gallardón quiere aparcar en el número dos

Salvo que el cáncer del arriolismo se haya hecho metástasis, resulta difícil de entender que en la dirección popular se pueda pensar en la cara amable de Prisa como una opción de futuro de la derecha.

Gallardón ha puesto boca arriba, quizá demasiado apresuradamente, en su entrevista en el periódico de Zarzalejos, las cartas de su proyecto para postularse como líder de una derecha afecta a ese nuevo régimen que prepara Zapatero con los nacionalistas. Tras anunciar como número dos para la alcaldía a su coartada Ana Botella, a despecho de la opinión de su partido, ahora ha declarado su intención de aparcar en las listas electorales del PP en las próximas elecciones legislativas nacionales. Sus movimientos han de verse con preocupación, y no sólo porque podrían acabar dejando la alcaldía en manos de la mujer de Aznar.

Tras desvelar así sus ambiciones, resulta más significativa la sordera con que el alcalde de Madrid está recibiendo las protestas de los ciudadanos extorsionados por sus parquímetros. El sistema pergeñado por su equipo de gobierno –incluida la obligación de cambiar de barrio el coche– parece creado ex profeso para irritar a los madrileños y, sin duda, tendrá en elevado coste electoral. Cuando lo normal es que un político con el instinto de supervivencia como el que disfruta Gallardón ya hubiera hecho algún gesto para contentar a los vecinos, cabe preguntarse la razón por la que no lo ha hecho aún. Podía ser soberbia, o desatención de sus tareas ahora que se siente llamado a más altos destinos.

Pero es posible que el mayor colchón con que cuenta el PP en la capital haya llevado a Gallardón a considerar su desgaste como un riesgo razonable en una caza de piezas mayores. En unas elecciones que se celebran simultáneamente, una reducción de voto en la capital afectaría a las posibilidades de reelección de Esperanza Aguirre en una Comunidad de Madrid donde el llamado "cinturón rojo" hace más ajustadas las mayorías del PP. De este modo, el actual alcalde podría presentarse de nuevo como alguien capaz de ganar las elecciones él sólo, por su capacidad de ganarse el voto del centro, frente a quienes como Aguirre –o Zaplana, o Acebes– defienden las ideas de la derecha que les vota. Además, le permitiría deshacerse de quien ha puesto freno a sus ambiciones en el partido. Una situación inmejorable para colocarse como delfín de un Rajoy que llegaría a 2008 muy debilitado tras perder la batalla de Madrid.

Salvo que el cáncer del arriolismo se haya hecho metástasis, resulta difícil de entender que en la dirección popular se pueda pensar en la cara amable de Prisa como una opción de futuro de la derecha. El que Gallardón sea uno de las pocas caras visibles del PP que no molesta a quienes están dirigiendo el desmantelamiento del régimen político nacido de la Transición, debería alertar a los líderes de un partido que, actualmente, es inseparable de la defensa de la Nación y la Constitución. El PP no puede convertirse en el partido de los campesinos polacos, la excusa tras la que poder afirmar el carácter democrático de un sistema político que se está diseñando para que la izquierda ocupe el poder en exclusiva. Pero si deseara hacerlo, sin duda, Gallardón sería su hombre.

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