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Cristina Losada

Oscuridad al mediodía

No ha anunciado ETA su disolución, ni el abandono de las armas, ni siquiera el fin de la extorsión y la violencia. Pero ya les centelleaban los ojos a quienes están dispuestos a creer a los terroristas. Y a ceder.

Pensaba escribir sobre esas manos unidas por el principio del fin de la soberanía nacional, de la igualdad ante la ley, de la Constitución. Las manos de Mas, de Madre, de Saura y de Carod, unas sobre otras, como una banda de juramentados, y la manecita de Diego, que avanzaba para sumarse a la fiesta ante los leones de bronce, que han visto muchas cosas, pero nunca ésta. Se juntaban las manos separadoras bajo el cielo goyesco de Madrid a plena luz, y, sin embargo, cuántas sombras pasadas y por venir se reunían allí. El título de la versión inglesa de la novela de Koestler, inspirado en unas palabras de Milton (oh dark, dark, dark, amid the blaze of noon!), encerraba la paradoja de un proceso cuyas causas y efectos se ocultan bajo el resplandor del artificio. Un aparato de disimulo en el que encajan ese "no" de Esquerra, tan conveniente para dorar la píldora que debe tragar la ciudadanía, y lo que luego vendría.

Pues en esas estaba cuando la Oscuridad, así, con mayúsculas, aparecía al mediodía. Casi exactamente a las doce, y al día siguiente de que el Congreso reconociera un acto de soberanía ajeno y proclamara a Cataluña como nación. Con precisión digna de una maquinaria suiza, surgían de las sombras los asesinos, el kitsch de su escenografía sólo atemperado por el poder que administran sobre la vida y la muerte. Y comenzó el espectáculo. El show de políticos, locutores, analistas, conteniendo a duras penas la alegría. En el caos, Llamazares ocupaba lugar preferente, de gran estadista. En una televisión alemana pasaban como resumen estas líneas: ETA ha anunciado una tregua permanente y el gobierno celebra la "buena noticia para los españoles". Uno se sentía, en la medida en que el gobierno lo representa a ojos del mundo, miembro de un pueblo idiota y sumiso; incapaz de enfrentarse a una banda criminal, se contenta con que ésta le perdone la vida por un rato, y siempre que haga lo que exige.

No ha anunciado ETA su disolución, ni el abandono de las armas, ni siquiera el fin de la extorsión y la violencia. Pero ya les centelleaban los ojos a quienes están dispuestos a creer a los terroristas. Y a ceder: el Fiscal General anunciaba que las "nuevas circunstancias" aconsejan reflexionar sobre la oportunidad de encerrar al neumónico Otegi. Qué casualidad, una más, que esta tregua largamente esperada por el gobierno, se anuncie cuando el caudillo batasuno afronta la cárcel. Sea cual sea la trama oculta de este episodio, sólo unos imbéciles o unos oportunistas pueden confiar en la buena voluntad de una banda que ha utilizado ocasiones similares para reorganizarse, y que exige lo que cualquier grupo terrorista: negociación. Su amenaza sigue ahí, como una sombra. Si la negociación no le satisface, volverá a matar.

Negociar bajo esa amenaza es indigno de un gobierno democrático. Pero la resolución del Congreso de mayo pasado lo permitirá. No lo condiciona a dejar las armas, sino a una "clara voluntad" y a "actitudes inequívocas". A Conde-Pumpido le ha bastado con la entradilla para insinuar que la Justicia debe declararle una tregua a ETA. Ningún portavoz del gobierno ha dicho lo contrario. Ninguno afirma que sólo la disolución y la entrega de las armas serán tomadas en serio. Ninguno advierte que ETA continúa robando explosivos, matrículas, documentación; que sigue chantajeando a los empresarios; que persiste en su persecución contra los no nacionalistas. Nada. Todo ha sido echar las campanas al vuelo y dejar las vergüenzas al aire.

Ciertamente,como decía Luis del Pino, bien poco es lo que el gobierno ha extraído de la banda tras sus tejemanejes clandestinos. Pero Zapatero ya tiene un salvavidas al que agarrarse, y se aferrará a él con sus dos manos y con las de todos los náufragos que le acompañan tras dejar a la deriva a la nación. Ha proclamado ZP su confianza en la democracia, en la sociedad española, en la vasca y hasta en el PP. ¡Ahora! No confiaba en Rajoy para informarle de qué se cocía, pero ahora necesita que un partido con diez millones de votantes le lleve la cola en la ceremonia que se prepara. Ni la democracia ni la sociedad dependen de la confianza que en ellas tenga Zapatero. Es al revés; él es quien debe hacerse merecedor de la confianza de los ciudadanos. Su trayectoria empuja en sentido contrario. No, no es éste el tiempo de la esperanza, sino de la desconfianza. Primero, desconfiar de ETA, y luego, de todos los que en ella quieren hacernos confiar. Era mediodía y reinó la oscuridad.

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