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Juan Carlos Girauta

Qué contentos estamos todos

Bebamos el champán amargo del alcalde de San Sebastián por los "ausentes involuntarios". Qué asco. Qué país.

Ya están, de nuevo, usando el nombre del Rey en vano. Como si el Rey fuera un Cándido cualquiera, un Conde en vez de un Rey, un Pumpido que trabaja de atemperador o climatizador del prójimo. Si el Fiscal General se arremanga para que la judicatura entera y la fiscalía toda se adapten a la nueva situación, ¿por qué no iba el Rey a hacer lo propio con el PP? Pues porque no; Rajoy lo ha desmentido. Y porque arbitrar las instituciones en modo alguno incluye el borboneo. Lo que sí atañe al Rey, mira por dónde, es simbolizar la unidad y permanencia del Estado. No es opinión, es norma constitucional. Cuando los manuales dicen que el Rey es irresponsable, no se refieren a lo que le atribuye El País.

Sólo nos faltaba eso, que trataran de cerrar la boquita a los innumerables enojados por el festival etarra lanzando al Rey de España contra nuestra dignidad y nuestra libertad. El Rey no es arma arrojadiza, al Rey déjenlo en paz. Entre otras cosas, porque si hubiera hecho lo que dice Ekaizer, que no es el caso, tampoco por eso se iba a callar nadie que se respete a sí mismo. Con el Rey quieren poner la guinda a su ceremonia de la claudicación, a su catarsis hortera, al cursi, baratejo trance que combina lo kitsch y lo solemne, la estética de Nochevieja en TVE con la postal de unos matones que posan atónitos, entregados a una tenida masónica y rural.

El último informativo de la cadena pública se abrió ayer con la imagen de varias torres de reloj dando las doce campanadas. Torres vascas: no era la Puerta del Sol y no era el Fin de Año sino el de la vergüenza y el poco crédito que le queda a esa institución de propagandistas, la casa del billón. Los activos de TVE bien podrían venderse a Iberdrola en vez de los de Endesa –ahora que va a fallar la OPA de La Caixa– para que exploren con ellos nuevas formas de energía. Energía maléfica, sí, pero indudable: no les cuento la furia que a uno le entra cuando ve usar el dinero de sus impuestos en la organización de una fiesta programada y dictada por la ETA para la medianoche del 23 de marzo.

Se supone que hemos de saltar de alegría, ponernos gorritos de cartón, soplar matasuegras y trompetas de plástico. Relajémonos, sonriamos al compás de Rubalcaba, henchidos de esperanza, conmovidos, la paz en la boca, agradecidos a ese "grupo político", como llamaba ayer un columnista de El Mundo a la piara. Bebamos el champán amargo del alcalde de San Sebastián por los "ausentes involuntarios". Qué asco. Qué país.

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