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Unas elecciones trascendentales

Como nos recordaba hace unos días en privado un destacado analista israelí, tanto el Likud como el Laborismo están convencidos que sus propuestas son irreales y que la única vía es la que propone Kadima.

Por varias razones las elecciones generales en Israel son atípicas. Pocas veces ha estado en juego tan claramente una estrategia general: el abandono definitivo del "Gran Israel" y "desenganche" unilateral de parte de Cisjordania. Pocas veces la población ha vivido una elección tan importante con tanta calma, como sin dar importancia a lo que está sucediendo. Pocas veces, quizá ninguna, la abstención ha sido tan alta.

La razón de todo ello reside en la reflexión nacional seguida tras el fracaso del proceso de paz. Los israelíes asumieron:

  1. Que no tenían con quien negociar.
  2. Que no podían continuar ocupando indefinidamente Gaza y Cisjordania.
  3. Que necesitaban dotarse de unas fronteras definitivas.
  4. Que los palestinos eran un problema, pero no una amenaza para la existencia del estado de Israel.
  5. Que la auténtica amenaza es el islamismo, en sus variadas y distintas formas, desde Hamas y Hizbollah hasta el programa nuclear iraní.

Ariel Sharon tuvo la habilidad de hacerse con este programa y de promover el abandono de Gaza. Con la credibilidad que le daba haber cumplido sus promesas, levantando los asentamientos y retirando a las Fuerzas Armadas, promovió la formación de una nueva fuerza política, Kadima, sabedor de que sería imposible completar el programa desde el Likud.

Hoy la mayoría de los israelíes están convencidos de que hay que retirarse de Cisjordania, definir unas fronteras –que incluirían en el lado israelí tanto los asentamientos que rodean Jerusalén como el de Ariel, a 60 Km al norte de la capital y equidistante 60 Kms tanto de Tel Aviv como del Jordán–, levantar el resto de los asentamientos y prepararse para resistir la oleada de islamismo que se avecina, con la posible desestabilización de Egipto y Jordania, y la amenaza nuclear iraní.

Los retos son aterradores, pero en esta ocasión los israelíes están unidos. Comparten tanto la percepción de la amenaza como la estrategia a seguir. Ese sentimiento de unidad es la causa de la extraña tranquilidad que reinaba estos días en Israel y de la alta abstención. Como nos recordaba hace unos días en privado un destacado analista israelí, tanto el Likud como el Laborismo están convencidos que sus propuestas son irreales y que la única vía es la que propone Kadima. El Likud afirma que la entrega de Cisjordania sería interpretada como un éxito para Hamas, lo que en parte es cierto. Pero el mantenimiento de los asentamientos en Cisjordania supondría un enorme desgaste e impediría la necesaria definición de fronteras. El Gran Israel, desde el Mediterráneo hasta el Jordán, es un sueño nacionalista inviable. Por otro lado, Olmert ha hablado de levantar asentamientos, pero no de retirar el Ejército. Los laboristas mantienen la idea de que hay que revitalizar el proceso de paz, pero tras el triunfo de Hamas esta propuesta, que antes parecía ingenua, ahora resulta surrealista.

Los israelíes dan por hecha la formación de una coalición Kadima-laboristas con algunos añadidos. Un gobierno con ideas muy claras sobre el "desenganche" y con un problema de difícil gestión: la amenaza nuclear iraní y la necesidad de convencer a norteamericanos y europeos de que hay que impedir su desarrollo, por medios diplomáticos o militares. Veremos si los resultados confirman sus propias impresiones.

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