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Juan Carlos Girauta

Un Estatuto "catalanófobo"

¿Están orgullosos de estas hazañas los múltiples padres del Estatuto? Pues que lo admitan, que lo expliquen a cara descubierta y miren de convencernos, pero que no acusen de "catalanófobos" a los que se limitan a enunciar –o denunciar– la verdad.

Hay una cuña radiofónica del PP andaluz que los nacionalistas consideran "catalanófoba". En ella se afirma que la enseñanza en Cataluña es obligatoriamente en catalán. O sea, describe la realidad. ¿No comparó Artur Mas, a esos efectos, el castellano con el japonés? La verdadera exhibición de "catalanofobia" es la del nuevo Estatuto, que profundiza la brecha social tan fervorosamente abierta por CiU en su cuarto de siglo de construcción nacional. Se califica a una de las dos lenguas de los catalanes como "propia", colocando a la otra en algún lugar entre la vergüenza y la nada. Por ser "propia", es preferente (léase única) en los medios de comunicación públicos. Hasta las empresas privadas, si son proveedoras de la Generalidad, habrán de usarla por fuerza en sus comunicaciones externas e internas.

¿Están orgullosos de estas hazañas los múltiples padres del Estatuto? Pues que lo admitan, que lo expliquen a cara descubierta y miren de convencernos, pero que no acusen de "catalanófobos" a los que se limitan a enunciar –o denunciar– la verdad. Rubalcaba, el más certero lanzador de saetas envenenadas, y único diputado socialista que sabe hablar seguido, le ha tomado gusto al insulto y se lo lanza a cualquiera que discrepe del plan desconstructor de su jefe.

Rodríguez ha enviado al flechador a discutir con Rajoy y se ha echado una siesta. Cree que su sola presencia provoca desequilibrios institucionales. No se me había ocurrido, pero tiene razón. Es aparecer Rodríguez y uno lo ve todo escorado. Será el viento del norte. El impulsor del Pacto por las Libertades habrá comprendido que un amigo de Batasuna desequilibra todo lo que toca, aunque ese amigo sea él. El que tuteló, patrocinó y salvó in extremis el Estatuto, enriqueciendo su desconcertante currículum, ha insertado en el bloque de constitucionalidad un caballito de Troya que, por invadir, invade los últimos recovecos de la esfera privada, amén de marranear con derechos históricos y sentimientos alicortos, facilotes, casi futbolísticos.

Al menos Azaña, de quien Rodríguez es sombra desvaída, plana, defendió personalmente el Estatuto catalán en las Cortes republicanas durante tres horas. Norma que para nosotros quisiéramos los nietos de los abuelos cebolleta. Frente a las tres horas de don Manuel, los cero segundos de Rodríguez. Esta disminución, esta mengua, esta incansable persecución del vacío es una buena metáfora de la izquierda contemporánea.

Luego está el sí de los niños. Que consten para la posteridad los nombres de todos los socialistas que han votado la criptoconstitución de Cataluña y su carácter de nación, incluyendo toscas mentiras acerca de la Carta Magna. Ellos han roto el consenso de 1978 y la nación de ciudadanos libres de 1812, el sujeto de soberanía y la igualdad de los españoles ante la ley, la solidaridad interterritorial y la confianza, la unidad del Poder Judicial y la de mercado. Todo lo cual desprestigia y daña a los catalanes. ¡Catalanófobos!

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