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Agapito Maestre

La simplicidad del populista

Digamos en voz alta que las actuaciones de Zapatero responden únicamente a una cuestión objetiva: detentar el poder. Para Zapatero todo se reduce a tener o no poder. No hay una sola idea que no obedezca a esa obsesión.

Hablar de la simplicidad del populista es como hablar de la banalidad del mal. Lo formulo con este interrogante: ¿Por qué Zapatero liga su pobrísima "legitimidad" política a la II República? Es una pregunta que puede responderse de múltiples maneras, excepto en términos psicológicos. La mentalidad del citado es tan simple que nos obliga a reducir la psicología, el análisis psicológico, a un adorno. Por desgracia, muchos ciudadanos, tan simples o más que él, se estrujan las meninges para intentar descifrar sus intenciones. Zapatero ha liado con el cuento de las "intenciones" a buena parte de sus correligionarios y seguidores. También han caído en la trampa sus adversarios. Pierden el tiempo quienes debaten en términos de buenas o malas intenciones. Zapatero es tan simple como el ejecutor de una orden criminal. Mientras que para éste todo es obediencia a la jerarquía, para aquél todo es mantenerse en el poder. Simple. ¡Trágico!

Cuando Zapatero habla de la Segunda República, o de la Guerra Civil, o de la recuperación de la "memoria histórica", o de su abuelo, o de la masonería, o de la libertad, o de lo frío y lo caliente, o de lo bueno y lo malo, o de cualquier otra majadería que se le ocurra, por favor, nadie le preste atención, nadie se enrede con disquisiciones psicológicas, porque estará cayendo en un juego trágico. Hablar de cualquier cosa, excepto de lo que a todos nos preocupa: la situación política de España. El populismo es maestro en este tipo de distracciones trágicas. Sus llamadas a la "celebración" de la Segunda República, reiteradas desde que se alzó al poder, forman el núcleo fundamental de estas maniobras populistas.

Seamos, pues, realistas. Seamos inflexibles con los "buenismos" de carácter psicológico. Digamos en voz alta que las actuaciones de Zapatero responden únicamente a una cuestión objetiva: detentar el poder. Para Zapatero todo se reduce a tener o no poder. No hay una sola idea que no obedezca a esa obsesión. No le importan los argumentos, los principios, las manifestaciones, las protestas, las víctimas del terrorismo, el futuro de la nación española, la democracia... Sólo le preocupa mantenerse en el poder. Porque desprecia la política concebida como método de resolución de conflictos entre las fuerzas políticas nacionales, todas sus acciones están dirigidas a distraer, en el sentido sajón que tiene esta palabra, a los ciudadanos de su verdadera preocupación, a saber, alcanzar bienes en común desde diferentes opciones ideológicas.

Zapatero no quiere, ciertamente, "distraernos" en la agradable acepción latina de un divertissement, o sea, un vivir con ideas sugerentes y entretenidas para alcanzar el bien común entre los españoles, sino que pretende preocuparnos, desgarrarnos, con todo aquello que genere extrañeza a nuestro vivir en libertad, o sea, sumirnos en angustias, dudas, odios, cuidados, vicios, etcétera. Para eso nada mejor que recurrir a nuestro pasado más trágico, la Segunda República y la Guerra Civil, como mecanismo compensatorio de su absoluto vacío ideológico. El recurso a la historia es la mejor de las distracciones a la que podía recurrir Zapatero para negar lo que nos preocupa: el presente. Ya ni siquiera se trata de una manipulación grosera de la historia para llevar a cabo unas políticas más o menos vergonzantes, sino simple y llanamente de huir del presente, o sea, del ámbito de la genuina política, para no tener que dar cuenta de su "política".

Este recurso a nuestro trágico pasado no es, pues, búsqueda de "legitimación", que más quisiera este populista, sino una maniobra de distracción para aturdir a los ciudadanos. También es, por supuesto, una operación para que la oposición, el PP, no consiga dignidad política, pero de esto hablamos otro día.

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