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Víctor Llano

El sepulturero

Zaldívar jamás logrará contrarrestar la capacidad de decisión de Estados Unidos, el país que –a pesar de sus muchos errores– más ha ayudado a los chicos y chicas que por un refresco se ofrecen a los ancianos del Viejo Continente.

Carlos Alonso Zaldívar no sólo tiene cara de enterrador de principios del siglo XIX, muestra también una enorme impaciencia por cumplir con su deber. Desea la muerte de su admirado Comandante en Jefe tanto como sus víctimas. Moratinos le nombró embajador en La Habana para que pudiera asistir al velorio de don Fidel. Los socialistas españoles están convencidos de que Castro morirá teniendo ellos la sartén por el mango. Sólo así se entiende su política respecto a la Isla de las doscientas cárceles. Quieren pactar con los herederos del tirano y enredar en contra de los intereses de Estados Unidos.

El penúltimo rumor sobre la muerte del Monstruo de Birán sorprendió a propios y a extraños. Entre los propios, a Zaldívar que, no se demoró en enviar un telegrama a Moratinos recordándole para qué estaba en la Isla de los cien mil presos y alertándole de que podía haber llegado el momento de impulsar lo que habían planeado. Según Rafael Bardají, director de Política Internacional de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, Zaldívar –en un extensísimo cable de 150 puntos– recordó a su jefe que ahora que a Castro puede que ya no le haga efecto la Levodopa, sería bueno para los intereses del Gobierno socialista, "poner en práctica una política antiamericana, alimentando incluso a las fuerzas antiimperialistas del interior de la Isla para, llegado el momento, hacer más difícil la penetración estadounidense".

Le agradecemos a Bardají que nos revelara el contenido del telegrama de Zaldívar, pero ya sabíamos lo que podíamos esperar de nuestro embajador en La Habana. El Gobierno español sueña con tutelar la política europea en una Cuba sin Castro, para lo cual no dudó en traicionar a las víctimas de la barbarie comunista, miles de ellas descendientes de españoles. Tal vez lo consiga, pero nos sorprendería mucho que Zapatero represente algo significativo en un escenario post-castrista. Aunque es probable que a los funerales del coma-andante asista como presidente del Gobierno de España el líder que nació el once de marzo de 2004, le va a resultar muy complicado neutralizar la influencia de los estadounidenses. Y no sólo por exigencias de la geografía. Las víctimas de los amigos del sepulturero no se olvidarán de quienes les traicionaron cuando más lo necesitaban.

Quizás una mínima parte de lo que llaman disidencia cubana y que sólo responde a la ambición de los mercaderes europeos, acepte pactar con los que financiaron el mayor prostíbulo que existe en el mundo. Pero jamás logrará contrarrestar la capacidad de decisión de Estados Unidos, el país que –a pesar de sus muchos errores– más ha ayudado a los chicos y chicas que por un refresco se ofrecen a los ancianos del Viejo Continente. Zaldívar se tendrá que conformar con su rol de sepulturero. No lo merece, pero desde aquí le doy un consejo. Tal vez esta vez sea verdad y esté malito. Pero, incluso muy enfermo, Castro se entera de todo. Es muy probable que ya haya leído su telegrama y conozca su impaciencia. Acaso fuera mejor para Carlos Alonso taparse un poquito la boca si es que quiere recibir en el aeropuerto de La Habana a los etarras que, casi con toda seguridad, Rubalcaba no tardará en subir en un avión con rumbo a la finca que quieren heredar los colegas de Moratinos.

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