Menú
Carlos Ball

Impostor

El presidente Bush comparte con la izquierda la creencia de que el poder del gobierno debe ser ilimitado cuando se utiliza para el bien; en el fondo de esa ideología está la certeza que sienten sobre su propia infalibilidad.

Viendo a gran parte de América Latina hundirse bajo el socialismo demagógico no es fácil ser crítico con las políticas de Estados Unidos, pero lamentablemente el presidente George W. Bush le ha dado la espalda al gobierno limitado y confunde la ayuda gubernamental a determinadas empresas con el libre mercado. Quienes quieran comprender lo que está sucediendo en Washington deben leer el libro recién publicado del destacado economista y columnista Bruce Bartlett, “Impostor” (Doubleday, 2006).

En los últimos 100 años, Estados Unidos ha tenido unos cuantos presidentes pésimos de ambos partidos, tales como Wilson, Hoover, Johnson, Nixon, Carter y ahora Bush II. El mayor daño suele ocurrir cuando el partido del presidente controla también el Congreso; es decir, cuando hay mayor concentración del poder y ningún freno sobre los gastos.

Bartlett relata en su libro la poca fuerza de los actuales miembros del gabinete, en un gobierno donde todas las políticas son formuladas y dirigidas por los asesores cercanos al presidente, quien no acepta discusiones sino lealtad absoluta y apoyo total a su visión casi religiosa de la realidad: “cuando alguien tiene fe absoluta en sí mismo, no siente ninguna necesidad de explicar o justificar sus acciones”. Bartlett añade que filosóficamente Bush tiene mucho más en común con la izquierda que no impone límite alguno al poder, cuando se trata de avanzar en lo que considera es el camino correcto, creyendo saber todo lo necesario para manejar la economía y la sociedad. Esa afinidad con la izquierda es demostrada por los nuevos “derechos adquiridos” concedidos por el gobierno de Bush, que más temprano que tarde obligarán a aumentar drásticamente los impuestos. El costo futuro del nuevo programa de subsidio de medicamentos a los ancianos es monstruoso y no le aportó ningún apoyo popular al gobierno.

Bajo su errada política proteccionista, Bush impuso aranceles a las importaciones de acero para proteger a una vieja industria que emplea a 187.000 personas, causando el desempleo de unas 200.000 que trabajaban en otras industrias que dependen de ese insumo, muchas de las cuales trasladaron sus operaciones al extranjero.

El proteccionismo y los subsidios agrícolas que benefician a grupos relativamente pequeños de industriales y hacendados adinerados no sólo perjudican al resto de la ciudadanía, sino que han impulsado la oposición de muchos otros gobiernos a la liberalización del comercio internacional, al ver que el principal país capitalista del mundo no está dispuesto a perder el apoyo de ciertos grupos de presión para favorecer el beneficio general. Entonces, la apertura global del comercio está siendo sustituida por pequeños convenios bilaterales con ciertos y determinados países, lo cual en lugar de ampliar el intercambio internacional tiende a beneficiar a unos pocos y a cerrarle las puertas a los demás.

El presidente Bush comparte con la izquierda la creencia de que el poder del gobierno debe ser ilimitado cuando se utiliza para el bien; en el fondo de esa ideología está la certeza que sienten sobre su propia infalibilidad. Y aunque Bush proyecta la apariencia de ser conservador, se ha dedicado a promover programas estatistas con fines electorales, siendo el único presidente desde 1881 en no vetar ninguna propuesta del Congreso de aumentar gastos y repartir favores.

En Internacional

    0
    comentarios