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Matices a una propuesta de FAES

Se ha demostrado que hay gobernantes a los que no les importa el empobrecimiento de su país, pues esto refuerza su poder.

Con su habitual brillantez, Pedro Schwartz nos invitaba en estas páginas a que nos unamos a la propuesta de su libro (con F. Cabrillo et al.), para diluir fronteras entre EEUU y la UE y reducir las barreras entre ambas áreas. Cuenta con nuestro máximo entusiasmo: nada nos vendría mejor a los europeos continentales, no sólo económicamente, sino también en el plano político. Pero es en este segundo plano, precisamente, en el que se adivinan los mayores obstáculos: "la vieja" Europa se aleja cada vez más del que debería ser su aliado natural, y los recientes acontecimientos en Francia, con la rendición total e incondicional del gobierno ante unos estudiantillos, demuestran que la distancia cultural que nos separa de EEUU va en aumento. En suma, vemos la propuesta con entusiasmo, pero con la melancolía del que ya sabe lo que va a pasar. Cuando el augurio es fácil, suele ser porque no es bueno.

Esta propuesta no sólo se refiere a las relaciones bilaterales entre EEUU y la UE, sino que se proyectan al resto del mundo. Dice don Pedro: "No proponemos una zona de libre comercio entre la UE y EEUU, defendida por un arancel frente al resto del mundo. Muchas de las medidas que proponemos servirían también para la liberalización del mercado mundial". Ahora bien, ya no estamos tan seguros de compartir plenamente esta segunda parte de la propuesta pues, en general, apreciamos unas consecuencias nada inocuas. Es encomiable la intención de realizar en poco tiempo ese sueño liberal de un mercado único liberalizado; ello pondría en la rampa de despegue a los países realmente interesados en engancharse a la libertad y al progreso.

Pero no seamos políticamente ingenuos: Occidente tiene innumerables enemigos que no juegan lealmente en el mercado mundial. Hay subvenciones encubiertas, materializadas a través de políticas cambiarias ultra-agresivas, empezando por China, cuya actitud política no es precisamente de amigo de confianza; y hay enormes sombras políticas, especialmente en los mercados de materias primas, donde los precios tienen un tufo descaradamente estratégico que sería ingenuo ocultar. Hay, en fin, amenazas geopolíticas endiabladas que se juegan en la sombra (como el desafío de Irán) que deben obligarnos a ver las cosas estratégicamente, incluidas las políticas comerciales, de modo que se favorezcan países y zonas leales, y que los demás queden condicionados a un comportamiento más transparente. El Congreso norteamericano sigue muy de cerca la desleal y trucada competencia de China, sin que hayan faltado manifestaciones de conspicuos liberales americanos de que políticamente estaría justificada una actitud de retaliation, en enorme contraste con la actitud de los políticos españoles y europeos de cualquier signo, anhelantes ante las perspectivas de negocio que abre el mercado chino.

No está de más, por una vez, recordar las palabras de Lenin: "los capitalistas nos venderán la soga con la que les ahorcaremos".

Nuestra brillante nomenklatura se justifica mediante la teoría de que el desarrollo económico trae automáticamente la libertad y la democracia. Nada más ingenuo y falso: Así se demuestra en el caso de China, un país cada vez más tiránico cuanto más rico, que exige a las empresas inversoras extranjeras que se plieguen a sus condiciones dictatoriales, que sigue siendo una amenaza para Taiwán, Japón y Occidente, y que no pierde oportunidad de favorecer descaradamente a países como Irán y Pakistán, o a países latinoamericanos donde crece la hostilidad hacia nosotros. Pensemos en los fondos del FMI que han ido a reforzar esas actitudes, y recordemos lo que decía, con toda razón, Alberto Recarte: se ha demostrado que hay gobernantes a los que no les importa el empobrecimiento de su país, pues esto refuerza su poder.

Creemos que una cierta condicionalidad que exigiera la adhesión a determinados valores democráticos para que un país pueda ser considerado beneficiario de la libertad de los mercados occidentales, no estaría de más. Por ejemplo, podrían exigirse pruebas de libertad de prensa, justicia independiente, elecciones, libertad religiosa, etc. Sabemos que esto requiere de elevadas dosis de inteligencia para no generar efectos perversos que cercenen las oportunidades de cambio en el seno de esas sociedades, pero anteponer el negocio a corto plazo no es realismo, sino tacticismo estéril.

Una unión comercial de EEUU y la UE sería un sueño; un motivo para ilusionarse, en esta negra coyuntura en que la Vieja Europa añade sucesivas dosis de rigidez decadente. Pero también debería ser una oportunidad para corregir errores de debilidad que nos han colocado en una posición de desventaja estratégica que no se recupera con buenas intenciones.

En Libre Mercado

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