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Manuel Ayau

¿Habrá esperanza?

Con los sistemas de gobiernos que prevalecen, basados en la arbitraria interpretación de lo que es el "interés general" y la destrucción del derecho individual, no importa quienes sean elegidos para gobernar, por más inteligentes y honrados que sean.

No hay discusión. América Latina es un desastre con la excepción de Chile, que descartó el populismo cuando tocó fondo en tiempos del socialismo de Allende, y liberó su sistema en tiempos de Pinochet, lo cual parece que no lo aprecian. Eso sí, tampoco descartan la política que él impuso porque saben que de ella se deriva la prosperidad que el resto de América Latina quisiera disfrutar. Ello lleva a muchos a pensar que lo que se necesita es un dictador. Pero no es así; la democracia sí puede funcionar, pero no funciona de cualquier manera.

Definitivamente, con los sistemas de gobiernos que prevalecen, basados en la arbitraria interpretación de lo que es el "interés general" y la destrucción del derecho individual, no importa quienes sean elegidos para gobernar, por más inteligentes y honrados que sean. El fracaso continuará y la ayuda extranjera es parte del problema, a pesar de sus generosas donaciones.

La existencia del derecho individual es indispensable. En América Latina llevamos medio siglo de una confusión entre lo que son derechos y lo que son intereses. Se dice, con razón, que el interés general debe privar sobre el interés particular. Pero eso no es lo mismo que decir que el interés general debe privar sobre el derecho individual. Una cosa son derechos y otra son intereses. Si va a privar la interpretación política del interés general sobre el derecho individual no existirá el derecho individual y un país donde sus mismas leyes violan los derechos individuales será siempre un país miserable.

En Guatemala ya ni los padres de familia tienen derecho a educar a sus hijos, pues en aras del "interés general" se los ha arrebatado el gobierno. Ahora, por ley, hasta les enseñarán a los niños a fornicar, aunque sus padres no lo quieran. Cierto, todavía se tiene el derecho a escoger la religión, la esposa y el lugar donde se vive. Pero una persona ya no tiene el derecho de contratar sus servicios bajo los términos que libremente escoge, sino los que dictaron en el Congreso debido a algún tratado. No puede dar su hijo en adopción como le parezca, debido a que otro tratado se lo impidió. Ni siquiera tiene derecho a tener el perro que le dé la gana, ni de quedarse con alguna vasija que algún indígena maya dejó enterrada en lo que hoy es su jardín. Violar derechos individuales es la regla, para lo cual el Congreso promulga leyes aduciendo el interés general.

Quienes se oponen a que priven los derechos individuales sobre el interés general argumentan que no hay derechos absolutos, como si alguien estuviera sosteniendo eso. Por supuesto que no hay derechos absolutos. Eso es contradictorio, pues si usted no tiene derechos que otros tienen prohibido violar, entonces usted no tiene derechos. Tener un derecho quiere decir que todos, principalmente el gobierno, tiene que respetarlo. Y esa obligación de no violar el derecho ajeno es, a la vez, el límite del derecho individual. El derecho permite a todos planear su vida con la certeza de que nadie tiene derecho sobre lo suyo, que nadie tiene derecho a usar sus cosas ni su casa ni su tierra sin su permiso, que nadie tiene derecho a botar basura en terreno ajeno y que nadie tiene derecho a confiscar en forma discriminatoria el producto de su trabajo pacífico. Sin esos derechos, la sociedad no prospera. Por ello es que el "interés general" no debe usarse como excusa para destruir el derecho individual. Cuando el derecho individual no prevalece, no funciona la democracia y la prueba de ello es América Latina.

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