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Pablo Molina

Una monada

No me extrañaría nada que la aparentemente ingenua Chita fuera un agente del trotskismo, actuando de caballo de Troya para mantener la supremacía de la opresora clase humana.

Vivimos en un país en que si destruyes un embrión de chimpancé te pueden caer varios meses de cárcel y si te cargas dos o tres mil embriones humanos te dan una beca de investigación. Si esto no es progreso que baje el Gran Arquitecto y lo vea.

Pero a lo que íbamos: los monos. La propuesta del PSOE de equiparar jurídicamente a nuestros hijos con la mona Chita es encantadora y, sin duda, muy necesaria. Ahora que las crías humanas (habrá que empezar a hablar así) van a estudiar la asignatura de educación para el socialismo, conviene potenciar otras fórmulas de convivencia distintas a la arcaica familia tradicional y, en ese orden, las manadas de mandriles son como una enriquecedora comuna de okupas, con el culo pelado, sí, pero también con una dimensión sociológica de lo más sugestivo.

Los monos son socialistas por naturaleza, lo que les honra como seres humanos. En efecto, las manadas de chimpancés, no digamos las de gorilas, en su comportamiento jerárquico mimetizan de forma asombrosa la estructura de las clásicas organizaciones marxistas, con una elite reducida de dirigentes organizando la vida de la manada obediente. Son la Komintern de la banana, el PCUS de la jungla, o sea la misma leche. La excepción la constituye la mona de Tarzán, un ejemplo claro de desviacionista aburguesado, que en el colmo de la degeneración capitalista gustaba de ponerse las cremas corporales de Jane, como pudimos ver en más de una película. De hecho, no me extrañaría nada que la aparentemente ingenua Chita fuera un agente del trotskismo, actuando de caballo de Troya para mantener la supremacía de la opresora clase humana.

En fin, la primera mitad de esta apasionante legislatura constituyó un estimulante reto para ejercitar la ironía, pero traspasado el ecuador, las chorradas del partido del gobierno están alcanzando tal magnitud que reproduces un fragmento del BOE o del diario de sesiones y la risa viene sola. Se trata de una hábil estrategia para desprestigiar a los columnistas desafectos y conseguir que nos bajen el sueldo, pero no se saldrán con la suya. La solución es encomendarse a San Jaime (Campmany), que aunque poco milagrero es santo muy nutritivo en el terreno de la inspiración. Todo es cuestión de exclamar antes de sentarse delante del portátil, al modo que lo hacía el Guerrero del Antifaz, ¡San Jaime y cierra esta Federación Panestatal de Naciones Ibéricas!

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