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EDITORIAL

El debate nuclear

En estos momentos priman la desconfianza y el miedo, que tienen como aliados la ignorancia y el pertinaz mensaje ecologista, siempre encaminado a hacer nuestras sociedades más pobres y más esclavas

Este domingo es el último en que la central nuclear José Cabrera, en Zorita, Guadalajara, contribuya a la producción eléctrica tras 38 años de funcionamiento. El Gobierno popular tomó la decisión de adelantar dos años su cierre definitivo previsto en un principio para cuando cumpliera 40. Una decisión puramente política, ya que el Consejo de Seguridad Nuclear dio el voto favorable para su continuidad. Hasta hoy, esta central, pionera en la producción nuclear en España, ha contribuido a la producción de electricidad de forma rentable y segura, y ha sido escuela de muchos trabajadores que en las dos décadas siguientes contribuyeron a ampliar el parque nuclear español, que en la actualidad produce en torno al 20 por ciento de la energía española.
 
Esta noticia se produce en coincidencia con la Mesa de diálogo sobre la evolución de la energía nuclear, en la que se reúnen expertos y políticos, pero que hasta el momento no ha llevado el debate al conjunto de la sociedad española, a la que se le sigue robando las realidades más básicas en torno a la capacidad de dicha fuente energética de servir de forma barata y segura una parte importante de nuestras necesidades. El ejemplo de Francia, con cerca del 80 por ciento de su energía producida en sus casi 60 centrales nucleares es bien claro al respecto. En todo el mundo llevan años con el debate en torno a la energía nuclear redivivo.
 
Hay al menos tres factores que lo hacen inevitable: los cálculos apuntan a un aumento de la demanda mundial de energía del 70 por ciento en los treinta primeros años del nuevo siglo, la economía mundial se recupera, aunque no sin desequilibrios, y hay dos nuevas potencias económicas de tamaño aún mediano pero que ganan tamaño a un ritmo espectacular, tras sus reformas favorables a la integración en el comercio mundial: China e India. Sumemos a ello los altos precios del petróleo, que parecen no querer volver al entorno de los 20 dólares en que parecían instalados como una especie de precio natural. Por si esos tres no fueran suficientes, nuestro Gobierno se ha sumado al protocolo de Kioto, que incumple casi con mordacidad, lo que obligará a nuestras empresas a comprar derechos de emisión de CO2 por valor, en estos momentos, de unos 1.500 millones de euros (lejos, por cierto, de los 28 millones que como mucho nos iba a costar, según la todavía ministra de Medio Ambiente). Pues bien, nuestro parque evitaba la emisión de 60 millones de toneladas de CO2; y hablamos en pasado porque de ese cálculo hay que restar la contribución que la central de Zorita ya no hace.
 
Mientras Estados Unidos y otros países no dudan en permitir a las empresas que recurran a los avances científicos y técnicos para atender las necesidades de los ciudadanos, que conocen por la estructura de precios y costes, por los beneficios, en España el presidente Rodríguez manifestó al llegar al poder su intención de cerrar el parque nuclear español en 2025. La suya es una insensatez que nos costaría muy cara en el recibo de la luz, así como en la dependencia de otras fuentes de energía que no están en nuestro país. Una dependencia energética que en nuestro caso se sitúa en el entorno del 80 por ciento. Los populares dieron por finalizada la moratoria nuclear, que aún seguimos pagando en nuestro recibo de la luz, y que seguiremos pagando hasta 2015. Este es el momento en el que el Gobierno puede favorecer la creación de nuevas centrales y extender la vida de las actuales, como se ha aprobado recientemente en Estados Unidos, hasta los 60 años.
 
Es necesario sacar el debate nuclear a la calle. Que los españoles tengan al menos la oportunidad de conocer la realidad en torno a nuestras necesidades energéticas, la capacidad de la energía extraída del átomo de satisfacerlas, y las condiciones de seguridad, limpieza y confianza que ofrece, además de sus menores costes en comparación con otras. En estos momentos priman la desconfianza y el miedo, que tienen como aliados la ignorancia y el pertinaz mensaje ecologista, siempre encaminado a hacer nuestras sociedades más pobres y más esclavas. Lo quiera o no este Gobierno o el que le siga, la hora de desembarazarnos de los prejuicios antinucleares ha llegado.

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