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Serafín Fanjul

Tres tristes tigres

¡Pobre América nuestra, en su eterno viaje de Guatemala a Guatepeor! Un viaje de ida y vuelta: cuando las bandas revolucionarias hayan consumado y rematado el destrozo, volverán las oligarquías de siempre, horrible consuelo.

Que Guillermo Cabrera Infante nos cayera, en lo personal, mejor o peor, es una cosa, y que escribió dos grandísimas novelas capaces de auparle a un puesto privilegiado de la literatura en español, otra muy distinta. Tiene más publicaciones, pero no de esa calidad: como Rulfo, con dos libros se ganó la gloria. Si ahora lo recordamos es por la reunión habida en los pasados días en La Habana y de una de sus obras pedimos prestado el título de este artículo. Para concluir con Cabrera, sólo mencionaré que, al confeccionarse en una institución oficial cubana una Historia de la Literatura del país, se excluyó hasta el nombre de este autor por las consabidas razones políticas. Finalmente, malo que bueno, se impuso la cordura y se rellenó el hueco. Pero lo que importa es lo del trío.

A quienes nos interesamos, e involucramos en directo, en los asuntos de nuestra América, no puede causarnos alegría ni satisfacción ningunas ver cómo se repite el lamentable ciclo por aquellas latitudes: repúblicas ineptas y corruptas, caudillismos, populismos... En realidad, el sistema imperante desde las independencias es un puro alebrije –que dirían los mexicanos–, un híbrido de esas tres alternativas en que el caudillismo, si se consolida, termina en pavorosa dictadura (de derecha o de izquierda: ¿qué significa "izquierda" a estas alturas?) y adopta formas populistas, también explotadas con frecuencia por las democracias liberales que mal encubren el egoísmo de las oligarquías, nada dispuestas a ceder terreno ante masas populares capitaneadas por las leyendas atribuidas a visionarios como el Che, Martí o Bolívar, más que por los personajes mismos. Porque estos tres no tuvieron la ocasión en absoluto (o la tuvo en pequeña medida, en el caso de Bolívar) de llevar adelante sus utopías y sueños. Podemos imaginar cualquier cosa sobre una eventual y ulterior vida de Martí después del 98 en una Cuba más o menos independiente, como la que hubo: ¿habría terminado como García Menocal de guataca de los americanos, o lo habrían fusilado éstos u otro agente interpuesto, por jodedor y sangrón? Es un misterio y no seré yo quien entre a discutir el mito, aunque en Cuba hayan conseguido, de puro empalagoso y pesado (como se hace con Maceo, Céspedes, Gómez y otras figuras menores), que el mito, amén de poco creíble, resulte un auténtico plomo. Pero eso es mérito de la propaganda burocratizada hasta extremos de locura, hasta locuras extremas. Y otro tanto puede decirse del mito del Che, de quien Fidel Castro se zafó hábil y eficazmente mandándolo pal carajo a que lo matase el enemigo: ¿habría resuelto alguna de las calamidades económicas del país de haber continuado vivo? Yo lo dudo. ¿Y qué añadir sobre los sueños de Bolívar, si todavía en vida vio cómo se hundía todo el tinglado bajo su trasero? Después de cortarle dos o tres patas a la silla del poder virreinal español pretendió sentarse encima: el batacazo fue glorioso.

Traigo a colación estos tres grandes mitos continentales porque sobre el incienso de sus nombres, humo y no más que humo, intentan tres personajes –como mínimo dudosos– construir una Alianza de los Pueblos, o cosa por el estilo, que augura muchos más años de indigencia para los bolsillos, los estómagos y los intelectos de los supuestos beneficiarios. Obviamente, Venezuela (reforzadísima por la subida del petróleo) pondrá los cuartos, Cuba la burocracia y Bolivia el folklore, por aquello de que los indígenas dan mucho color. Donde hace falta trabajo, honradez y seriedad van a poner soflamas, insultos y broncas, por añadidura a los berridos y tensiones ya provocados, por Castro y Chávez, con México, Perú, Argentina, Chile, Uruguay (Estados Unidos, siempre), según conviene sobre la marcha al Comandante, al Coronel, o al cocalero, a fin de tener galvanizadas a sus huestes a golpe de banderita y sudadera, consumiendo la gasolina que no hay para llevar a la gente al Malecón a desfilar, pongamos por caso. Es la táctica de la movilización continua, para las poblaciones la ruina, pues sirve para no encarar ni resolver nunca los problemas reales, acallar apabullándola cualquier disidencia, y explotar la vena patriotera frente al eterno enemigo exterior. Con ello consiguen, incluso, desacreditar a largo plazo el patriotismo natural y sereno al asociarlo indisolublemente con los excesos chillones de los repudios, las sabrosas corruptelas ya distribuidas a cuenta del petróleo venezolano, o el afilarse de colmillos de los pobretes indios –y no indios– bolivianos con la nacionalización (ayer mismo) de los hidrocarburos: ¡se van a poner las botas, con la bandera nacional por delante! Hay que comprenderles: no van a ser menos que sus compadres venezolanos. Y una casta de adictos al régimen, con mucho bandullo por llenar, se cierne sobre el infeliz país andino, como las ya existentes en Cuba y Venezuela.

Pero todo eso, pese a su gravedad, no es lo peor, constituye el ineludible trasfondo pintoresco y chévere. Quizá más grave venga a resultar que la llamadaizquierdacontinental sigue prendida de nombres, de mitos y recuerdos, por completo inoperantes: se siguen creyendo los discursos, las proclamas y los lemas, no se han enterado del fracaso cósmico de los tres señuelos históricos aquí mencionados y menos aún del aprovechamiento tramposo que de su memoria hacen los tres tristes tigres reunidos en La Habana en estos días. Cuando visité Sierra Maestra, el actual régimen cubano contaba casi cuarenta años y parecía lógico esperar que la hubiesen convertido en vidriera modélica (escaparate, diríamos los españoles) para enseñar, por su fuerte simbolismo político... Pues no, señor, lo que vi –y me temo puede verse exactamente igual ahora– fueron carreteras más útiles como trampas para dinosaurios que para su cometido natural, no pocos niños descalzos ("¡Porque se les da la gana!", truena el turiferario inasequible al desaliento), una pastilla de jabón convertida en objeto de culto mítico, o un apero de labranza cualquiera (que allí sí son necesarios) un recuerdo fantástico del pasado. En Venezuela y Bolivia, dos caudillos populistas –con muchas menos luces que Fidel Castro pero con su misma falta de escrúpulos– dicen querer resolver las injusticias económicas y sociales a base de expropiaciones de empresas, ocupaciones a la brava de tierras, nacionalización de campos petrolíferos. ¿No les bastará con el fracaso histórico de Bolívar, con la hecatombe guerrillera del Che, con el desastre de incompetencia y corrupción de las cooperativas cubanas? ¿Conocerán el nombre de Ubres Blancas y su tremenda secuela de que Cuba se quedó sin carne ni leche? ¿Habrán oído hablar de la Zafra de los 10 Millones, de los imaginarios arrozales de la Ciénaga de Zapata, de los taumatúrgicos planes de autoconsumo agrícola? ¿Se habrán detenido un instante a pensar que el imperialismo nada tuvo que ver en esa colecta de estupendos disparates? Mientras, los tres tristes tigres de La Habana amenazan con sus zarpas y sus fauces: ¡Pobre Américanuestra, en su eterno viaje de Guatemala a Guatepeor! Un viaje de ida y vuelta: cuando las bandasrevolucionariashayan consumado y rematado el destrozo, volverán las oligarquías de siempre, horrible consuelo.

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