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Antonio Robles

Cuando el silencio es un crimen

En la fiesta más hermosa de Cataluña, el día de la rosa y el libro, varios nacionalistas derribaron el puesto de libros del PPC de Lérida y agredieron a la concejala Dolors López. No hubo portadas, ni condenas rotundas. Son sus fachas.

Barcelona, hora del desayuno de un diciembre de 1999. Llego unos minutos más tarde que mis compañeros al descanso del café.

¿Os habéis enterado de las agresiones "fachas" en la universidad? –He forzado cierto dramatismo. Me miran desconcertados, se miran entre sí– ¿No me digáis que no sabéis nada..? –Espero unos instantes.

– No, no, cuenta –se miran perplejos.

Busco y pongo sobre la mesa los tres periódicos del bar. Muestro sus portadas. Nada. Me hago el extrañado

– ¡Joder!, no sale nada…

– Bueno, no importa, cuéntalo –me piden.

– Parece ser que ayer entraron más de trescientos fachas en el salón de grados de la Facultad de Filosofía y agredieron a varios profesores y alumnos, los tuvieron durante más de dos horas arrinconados en la sala y les lanzaron huevos, pinturas y piedras hasta echarlos sin poder dar la conferencia. Y lo peor, la policía no hizo nada.

¡Què fils de puta!, quina gens més barroera.

– Mira –aprovechó uno para reprocharme–, ve quejándote de la prensa catalanista. ¿No decías que sólo resalta lo que puede desacreditar a España y oculta todo lo que hacen mal los nacionalistas...?

– Es inadmisible, ¿qué podemos esperar de gente que agrede a profesores en la universidad...?

La indignación acaparó la media hora del café y con ella se volvieron al curro. Yo no les dije nada. Me recreé en su indignación, camuflado en media sonrisa burlona. Hasta aquí la historia.

¡Qué valientes y qué dignos! Las batallitas de antaño contra los grises reverdecidas instantáneamente al estímulo de "fachas". Lástima que hayan tenido que venir de nuevo a la universidad para que despierten. Llevan dos décadas dormidos. Efectivamente, ¿cómo podríamos consentir que varias docenas de jóvenes tomen la Universidad, agredan a alumnos y a profesores e impidan dar una conferencia sin que los mozos de escuadra hagan nada ni detengan a nadie? ¿Cómo es posible que el rector no hubiese tomado medidas una semana antes cuando los carteles y pintadas amenazantes contra los conferenciantes eran evidentes? ¿Y cómo ahora que se han producido no los condena?

Tenían razón mis compañeros de trabajo, el caso era tan grave que hasta el presidente de la Generalitat debería haber condenado la agresión. Pero no lo hizo. Ni siquiera el resto de profesores de la Universidad se quejó. Aunque lo que nos extrañó más a todos fue que la prensa no se hiciera eco en grandes titulares.

Había razones más que sobradas; no eran los fachas, sino sus fachas. Acababa de hacerles una broma a mis compañeros. Les mentí. No en los acontecimientos sino en los protagonistas. Quienes en realidad habían entrado y profanado la Universidad eran 300 nacionalistas y quienes habían sido humillados fueron Jon Juaristi, Francesc de Carreras, Gabriel Jackson, José Antonio Mengíbar, Paco Caja y un sinfín de personas asistentes al acto. Mi pretensión era poner un espejo y reflejarlos en él. Callados, mudos como los medios de comunicación, se tornan dignos y beligerantes si el espantajo de los fachas de calcamonía aparece de nuevo en sus vidas. Mientras tanto, a mirar para otro lado y colaborar con su silencio al despliegue de las nuevas formas totalitarias.

Viene a cuento esta historia porque en la fiesta más hermosa de Cataluña, el día de la rosa y el libro del pasado 23 de abril, varios nacionalistas derribaron el puesto de libros del PPC de Lérida y agredieron a la concejala Dolors López. No hubo portadas, ni condenas rotundas. Son sus fachas. Esa actitud democrática sólo la reservan en Cataluña para los fachas de calcamonía. ¿Y saben como acabó aquella historia de 1999? Una vez descubierta la verdad, se les pasó la indignación y nadie volvió a hacer referencia alguna. Volvíamos al oasis. Moraleja: El problema no es que en Cataluña abunden fachas nacionalistas, sino que escasean los demócratas.

Mientras escribo estas reflexiones, me llega el eco del último acoso terrorista a Gotzone Mora. Su coche apareció rociado de aceite la mañana del 2 de mayo de 2006. "No sé si a esto se le llama, como dice el presidente, 'accidentes' o cómo se le llama, pero esto también mata. Esto es inhumano", se lamentó. Valga este recuerdo y quienes lo lean para hacerte la vida un poco más hermosa, Gotzone.

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