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Mentiras y armas de destrucción masiva

Sadam es el gran mentiroso de esta historia. Hoy son otros, como el gobierno de Rodríguez Zapatero, los herederos de su tradición.

¿Tenía Sadam Husein armas de destrucción masiva? No se han encontrado a pesar de la intensa búsqueda llevada a cabo tras la ocupación del país. Hay quien todavía piensa que pudo haberlas y fueron llevadas a otros lugares o que han quedado sepultadas para suerte de los arqueólogos del futuro. Con todo, lo más razonable es contentarse con que Saddam no las tenía en el momento de producirse la intervención militar que acabó derrocándole.

Con todo, la inexistencia de dichas armas no conlleva automáticamente que los gobiernos occidentales mintiesen. Como mucho que estaban tan equivocados como cualquiera. ¿Quién sabía a comienzos del 2003 que Sadam no tenía esos mortíferos sistemas? Por lo que hoy se conoce, sólo el propio Sadam Husein. Sus militares estaban convencidos de que aunque su unidad no dispusiera de ellas, las que se desplegaban en sus flancos sí que las tenían; y los científicos que aunque en su laboratorio no se produjera apenas nada, que en otras instalaciones estaban a todo gas. Saldan se gastaba una enorme cantidad de su presupuesto en mantener entretenidos a sus científicos y laboratorios, a fin de garantizarse la capacidad de reconstituir sus programas cuando le fuera posible, es decir, cuando se librase de las sanciones y el embargo internacional. Pero se negó a reconocer públicamente que ya no contaba ni con armas químicas ni biológicas ni nucleares operativas, posiblemente porque temiese verse desnudo ante sus muchos adversarios dentro y fuera de Irak.

Su capacidad de engaño unida a una grave incompetencia por parte de todos los servicios de inteligencia, llevó a que todos los líderes creyeran en la existencia del arsenal de Saddam y que sólo se pudiera demostrar su inexistencia después de haber invadido el país. Y cuando decimos todos queremos decir todos, no sólo Bush, Blair y Aznar. Zapatero nunca dijo que las armas no existieran, sino que pidió en el Congreso que se lograra desarmar a Sadam por otros medios que no fueran la invasión; Solana llegó más lejos, y dijo ante los periodistas que no necesitaba escuchar a Blair para saber que Sadam tenía armamento de destrucción masiva; la Internacional Socialista, reunida poco antes de la acción militar, se manifestó en los mismos términos. Si alguien mintió sobre este asunto fue Sadam Husein.

¿Ahora bien, deslegitima la guerra que no se hayan encontrado las armas de Sadam? Bajo ningún concepto. Lo que sí se ha podido demostrar es que la ambición de Sadam era poder llegar a tenerlas en cuanto pudiera. Un dato incontrovertible. Por no hablar de la obligación moral de poner fin a sus maldades y atrocidades.

Por otro lado, a todos los que siguen recurriendo a la idea del engaño y la mentira, conviene recordarles que ha habido numerosas investigaciones independientes, tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido, donde no se han encontrado evidencias de que se manipularan los informes de inteligencia para ajustarlos a una decisión política. Y a quien exige que la decisión política se rija por lo que se dice desde la inteligencia, refrescarle que eso es una perfecta memez. Que lo que los servicios de inteligencia hacen es apoyar con sus elementos informativos la decisión política, no sustituirla. Y además, que no se olvide que el campo de actuación de los agentes y analistas de inteligencia es truculento y lleno de sinsentidos. Quien oculta siempre juega con ventaja.

Las armas se han buscado y no se han encontrado. Pero el único que hubiera podido detener una intervención militar a comienzos del 2003 era Sadam Husein. Le hubiera bastado ir al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y tal como le volvió a exigir la resolución 1441 de finales de 2002, haber reconocido que ya no tenía arsenales de destrucción masiva, haber explicado cuándo y cómo los perdió y haber autorizado a los inspectores de la ONU a ratificar in situ su testimonio. Pero no lo hizo. Él, Sadam, es el gran mentiroso de esta historia. Hoy son otros, como el gobierno de Rodríguez Zapatero, los herederos de su tradición.

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