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Thomas Sowell

¿Pensar se ha quedado obsoleto?

En medio de toda la histeria entre políticos y medios a propósito de los crecientes precios de la gasolina, y toda la furiosa indignación a propósito de los beneficios de las petroleras y los elevados salarios y pródigas gratificaciones de sus ejecutivos, ¿alguien se ha molestado siquiera en estimar hasta qué punto tiene efecto algo de esto sobre el precio que pagamos en el surtidor? Si el beneficio por galón de gasolina se redujese a cero, ¿sería eso bastante para reducir el precio diez centavos siquiera? Si los ejecutivos de las petroleras fuesen a trabajar gratuitamente, ¿bastaría para reducir el precio de la gasolina en un centavo por galón siquiera?

Ciertamente, los fanfarrones mediáticos que hacen millones de dólares al año y las multibillonarias cadenas de TV para las que trabajan pueden conseguir algunas estadísticas y comprar una calculadora de bolsillo para hacer la aritmética antes de montar el numerito por toda la nación. Pero éste es el momento de la emoción, no del análisis.

Los políticos son aún más hipócritas. El gobierno obtiene muchos más en impuestos por cada galón de gasolina de lo que las petroleras recogen en beneficios. Si los beneficios de las petroleras son “obscenos”, como afirman algunos políticos, ¿tendrán dos rombos los impuestos del gobierno?

Los mismos políticos que han gravado la gasolina con impuesto tras impuesto a lo largo de los años, y que votaron para prohibir la prospección petrolífera en la costa o en Alaska, y que han hecho imposible construir una sola refinería de petróleo durante décadas, aparecen todos en las pantallas de televisión denunciando a las petroleras. En otras palabras, aquellos que suministran petróleo están siendo denunciados y demonizados por aquellos que han estado bloqueando el suministro de crudo.

Dadas las enormes cantidades de gasolina vendidas de parte a parte de esta nación, y teniendo en cuenta los mega-billones de dólares implicados, el que algún ejecutivo corporativo haya hinchado o no los precios es improbable que vaya a explicar el precio de la gasolina.

Puede que permita a algunas personas en los medios expresar sus emociones y que algunos políticos creen un monstruo, puesto que no pueden jugar a San Jorge sin un dragón. Pero la demagogia barata no puede explicar la gasolina cara.

Cuando las dos naciones más densamente pobladas sobre la tierra –China y la India– tienen economías en rápido crecimiento e importaciones de crudo en rápido aumento, ¿cómo no podría afectar eso al precio mundial del petróleo? Después de todo, el precio del petróleo está determinado en los mercados internacionales, contrariamente a las teorías conspiratorias que continúan apareciendo cada vez que los precios de la gasolina se elevan.

Esas teorías conspiratorias han sido investigadas una y otra vez, sin descubrir nada. Pero todavía es astuto políticamente quien pide más investigaciones cuando se eleva el precio de la gasolina. Por encima de todo, evita la atención sobre aquellos que han estado bloqueando todo intento de permitirnos utilizar nuestro propio petróleo.

Nada es más fácil, o emocionalmente más satisfactorio, que culpar de los precios elevados a aquellos que los tasan, en lugar de a aquellos que los provocan. Sucede lo mismo cuando las tiendas de vecindarios con elevada criminalidad gravan precios más elevados que los de las tiendas de vecindarios más seguros.

Tanto el crimen como las precauciones contra el crimen se añaden al coste de hacer negocios y esto se añade a los precios. Pero aquellos que condenan los elevados precios rara vez, por no decir nunca, culpan al crimen, al vandalismo o a la violencia cometida por habitantes locales de esos precios.

Allí donde las tiendas son propiedad de un grupo étnico distinto, como asiáticos en guetos negros, es virtualmente seguro que los propietarios serán denunciados por "especulación", "discriminación" y cualquier otra retórica política que atice las emociones.

Y gente sin experiencia en negocios, sin conocimiento de la historia y profundamente ignorante de la economía, no duda en achacar los elevados precios a los avariciosos productores. Muchas de estas personas aparecen en televisión nacional y algunas están en el Congreso.

Muchas, si no la mayor parte, de las grandes fortunas americanas –Rockefeller, Carnegie, Ford– han sido ganadas descubriendo modos de vender a precios inferiores, no superiores. A comienzos del siglo XX, la cadena de comestibles A&P se hizo famosa tanto por sus reducidos precios como por su elevada calidad. Sus cifras de beneficios nunca cayeron por debajo del 20% a lo largo de la década de los años veinte. Es una cifra de beneficios superior a los que hacen las petroleras.

La relación entre precio y beneficios no es tan simple como afirma la demagogia política o la excitación de los medios.

En Libre Mercado

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