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Juan Carlos Girauta

Zaplana bajo la lupa

Si esto es todo lo que han encontrado después de años de investigarlo, de mirarlo con lupa, rastrear su pasado y hurgarle hasta el libro de familia, entonces lo que está más limpio que una patena no es el estatuto zapaterino sino Eduardo Zaplana.

Los periodistas que vivieron la etapa 82-96 junto al vertedero no se olieron nada. Ni el despachito de Juan Guerra, ni las comisiones del AVE, ni los pellones de la Expo, ni Filesa, Malesa y Times Export, ni el dinero ensangrentado que repartía el ministerio del Interior, ni el pelotazo de Galerías Preciados, ni la mordida del BOE, ni las increíbles mariscadas de la presidenta de la Cruz Roja, ni las neveras para abrigos de pieles.

A veces Felipe les decía, caprichoso, ¿no notáis ese olor? Digamos una irregularidad del presidente del Banco de España. Y allí corría la prensa independiente a dar fe de la detención, el olfato súbitamente recuperado. O tocaba olisquear en el entorno hacendístico de Borrell y el leridano dejaba de ser candidato en menos que canta un gallo. Olfato tan infrecuente y selectivo debería ser estudiado por especialistas (en derecho penal; alguien ducho en complicidades y encubrimientos).

Hete aquí que el vertedero de la Moncloa se entierra, se hace limpieza y el complejo huele a lejía. Y los periodistas antes aquejados de anosmia mutan y empiezan a presentar los síntomas de una patología inversa, la alucinación olfativa. Se vienen oliendo que algo pasa con Zaplana. Se inventan frases que jamás pronunció y que hoy dan por ciertas hasta los buenos amigos, que son los peores. Luego revolucionan el periodismo de investigación con un hallazgo comparable al de las cintas del Watergate: el nieto de la hermana de la madre del suegro de Zaplana puso un restaurante cuando el político popular tenía ocho años. Caso del máximo interés parapsicológico, pues cae de lleno en la corrupción precognitiva: el restaurador vidente sabía que ese niño, con el tiempo, casaría con la nieta de la hermana de su abuela (no sé si me he perdido) y llegaría a presidente de la Generalidad valenciana; por eso puso el negocio. ¡Vaya con el niño! Ahora salen unos diputados socialistas bastante toscos con una cinta en la que dos tipos dicen que un tercero dijo que se repartía un dinero con el político popular. Acusación tan tremenda que el gobierno se ve forzado a difundirla por SMS, en plan "pásalo". Un fallo técnico, según Inmoraleda.

Si la cintita del "dicen que dijo que decía" es todo lo que han encontrado después de años de investigarlo, de mirarlo con lupa por delante y por detrás, rastrear su pasado y hurgarle hasta el libro de familia, entonces lo que está más limpio que una patena no es el estatuto zapaterino sino Eduardo Zaplana Hernández-Soro. No sé si son peores los medios que, a toque de silbato, van de la anosmia a la alucinación, los progres lamentables que sólo conciben el éxito como resultado de la falta de honradez (ellos sabrán por qué), los políticos socialistas de la viga en el ojo que no dan con la paja en el ajeno, o los sedicentes centristas conmilitones de don Eduardo que le han colgado el sambenito de la corbata negra. Demasiado estorba Zaplana a esa tropa variopinta. Señal de que hace lo que tiene que hacer.

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