Puede que el árbitro noruego Terje Hauge quisiera hacer olvidar cuanto antes el lamentable episodio protagonizado por su juez de línea, el orondo Ole Hermann, posando, feliz y dichoso, con la camiseta azulgrana del Fútbol Club Barcelona. De lo contrario, resulta inexplicable que en la famosa jugada del minuto 18 que supuso la expulsión de Lehman no aplicara la ley de la ventaja. El 1-0 habría aclarado mucho el panorama, pero Hauge, probablemente acomplejado por la foto de su amigo Ole, no estuvo acertado.
La verdad es que la ausencia de Iniesta, fijo desde hace mes y medio, tampoco ayudó demasiado. A Rijkaard le entró el "síndrome del entrenador" justo en el partido más importante de la temporada. Sin Iniesta, que ha hecho olvidar a Xavi y que se ha ganado a pulso la llamada de Luis Aragonés para el Mundial de Alemania, el Barça simplemente se embolicó. El gol de Campbell, a diez minutos del descanso, terminó por oscurecerlo todo, y quien más y quien menos empezó a pensar en la trágica final de Atenas contra el Milan, aquélla en la que Cruyff les dijo a sus jugadores eso de: "Salid al campo y divertíos".
En vista de que, sin Iniesta, el Barcelona no era el Barcelona que todos conocíamos, Rijkaard corrigió su error inicial y sustituyó a Edmilson por aquél. Y se vio claramente que el Arsenal sería incapaz de aguantar el monólogo culé durante otros 45 inacabables minutos. El gol del empate, logrado por esa "pantera africana" llamada Samuel Eto'o, abrió la "lata" y hundió al Arsenal. En cuatro minutos se puso por delante el Barça (Eto'o en el minuto 76 y Belletti en el 80), y en ese preciso instante acabó la final. Hauge pitaría oficialmente la conclusión 13 minutos más tarde, pero durante todo ese tiempo los jugadores de Rijkaard se limitaron a bailar. Al equipo entrenado por Wenger, definitivamente sonado, sólo le mantuvo en pie el gol de Campbell. Pero yo creo que, en el fondo de sus corazones, se sabían inferiores al nuevo (y justo) campeón de Europa.