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José García Domínguez

Sexo, drogas, rock and roll y pornoselectividad

Por lo demás, el lector que esté siguiendo con atención lo que se narra –"Ninguna aberración me era extraña"– ya debe intuir a estas alturas del artículo que la consulta del psiquiatra se ambientará cerca de los despachos de la Generalidad de Cataluña.

"Mmm. Sería el paraíso que alguien tuviera un ácido por aquí (...) ¿Has probado alguna vez el ácido? ¿Sí? Me extraña. ¿Y las setas alucinógenas? Eso, seguro que no lo has probado nunca, ¿verdad? No, claro. Yo sí. Las setas son… Es imposible explicarlo. Las setas son… Todo. Son como una película. Te lo pasas como en una película de Walt Disney: el cielo de un azul profundísimo, de decorado, falso y al mismo tiempo verdadero como nunca (...) De pequeño, cuando me preguntaban: Y tú, guapo, ¿qué quieres de mayor?, contestaba: Depravado (...) Llevado por la experiencia inicial, primero me convertí en violador. Y, como no puede existir reflexión teórica fructífera si no va acompañada de una praxis consciente, fui exhibicionista, voyeur, pervertidor de menores, gigoló, sádico, amante de la zoofilia, masoquista, sodomita. Ninguna aberración me era extraña."

Hasta ahí, los fragmentos menos procaces que cabe extractar del texto; y eso tras andar hurgando con mascarilla durante media hora a lo largo de sus 140 páginas. Pues se trata de cierta edición de cuentos pornográficos engarzados por el vínculo común de las enfermedades morales que sufren todos los personajes que los protagonizan. Así, sin solución de continuidad, a las desacomplejadas cogitaciones de un zoófilo politoxicómano, sucédese el alegre canto a la violación compulsiva de menores de otro demente. Apología ésta que antecede a la detallada descripción de cómo una joven exige ser penetrada con todo tipo de frutas, tubérculos y hortalizas. Escena que, a su vez, da paso a las confesiones de una ninfómana que invita al suicidio a su novio, mientras le relata con lujo de detalles las "cosas increíbles" que experimenta con un tercero. Testimonio que sirve de antesala a la crónica entusiasta de los aquelarres priápicos de un enésimo gañán tarado. Y de tal guisa, hasta catorce historiales clínicos de manicomio.

Por lo demás, el lector que esté siguiendo con atención lo que se narra –"Ninguna aberración me era extraña"– ya debe intuir a estas alturas del artículo que la consulta del psiquiatra se ambientará cerca de los despachos de la Generalidad de Cataluña. Y, naturalmente, no se equivoca. Porque "Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maurri", que así se titula ese librito de Qim Monzó, ha sido impuesto como "obra literaria" de evaluación obligatoria e inexcusable a todos los alumnos de Bachillerato catalanes, ya cursen sus estudios en centros públicos, concertados o privados. Además, la Consejería de Educación, consciente del alto riesgo de que algunos padres y profesores trataran de rehuir sus obligaciones con la alta cultura, ha sabido adelantarse al eventual sabotaje pedagógico de los reaccionarios. De ahí que, asimismo, lo haya implantado como materia prescriptiva de examen en la Selectividad. Con lo que ningún doncel o pubertina podrá acceder a la Universidad sin demostrar maestría en el conocimiento de esa obra, puesto que la prueba de Literatura Catalana pondera un veinte por ciento en la nota final. Y Pasqual Maragall aún tiene el descaro de querellarse con Fray Josepho.

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