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Fuera de Europa

Mantener cerrado el mercado de defensa tendrá un alto coste para nuestros ejércitos.

La pretendida vuelta al corazón de Europa que preconiza el Gobierno socialista ha chocado con los intereses mucho menos románticos de nuestras industrias de defensa. España se ha quedado finalmente fuera del incipiente mercado europeo de armamento que trata de impulsar la Agencia Europea de la Defensa. Los intereses industriales han primado sobre la voluntad política de construir más Europa.

La decisión de quedar al margen de este mercado común, junto a Dinamarca y Hungría, no sólo resta credibilidad a la política europea de Rodriguez Zapatero, sino que constituye un doble error para las Fuerzas Armadas y para las propias industrias de defensa que tanto han presionado al Gobierno para que no se adhiriera a la iniciativa.

Mantener cerrado el mercado de defensa tendrá un alto coste para nuestros ejércitos. Las Fuerzas Armadas no podrán acudir a un mercado más amplio y competitivo para satisfacer sus necesidades de armamento y material, sino que continuarán constreñidas al estrecho mercado nacional. La relación calidad-precio se resentirá sin duda respecto a otros socios europeos. Los contratos no se asignarán para obtener la mayor capacidad posible con el presupuesto disponible, sino en función de intereses industriales e incluso políticos. Pero el problema de fondo es que la propia programación de las adquisiciones estará más condicionada por intereses ajenos a los ejércitos, como el mantenimiento de puestos de trabajo en determinadas localidades, que por las verdaderas necesidades estratégicas de las Fuerzas Armadas.

Las industrias del sector han presionado fuertemente para mantener un mercado cerrado. Son evidentes las ventajas de evitar a corto plazo la competencia. Pero las propias empresas son conscientes que la autarquía solo conduce a largo plazo al anquilosamiento y a la falta de competitividad. El Gobierno debería por tanto definir cual es el margen de transición para que las empresas se preparen para asumir esa inevitable competencia a largo plazo. Como ya ocurrió en el caso de OCCAR, es evidente que España terminará adhiriéndose más pronto que tarde a esta iniciativa.

El sector europeo de defensa necesita con urgencia una transformación. Por un lado, es necesario eliminar la sobrecapacidad que existen en algunos subsectores como el de armamento terrestre o el de plataformas navales. Por otro, es imprescindible una concentración que permita a las empresas europeas disponer de la capacidad financiera y tecnológica para hacer frente a los gigantes norteamericanos. Esa reestructuración solo será posible en la medida en que se desarrolle un mercado de defensa único en que exista verdadera competencia. España, por el momento, se automargina de esos esfuerzos.

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