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Antonio Robles

¡Visca el Barça, visca Catalunya!

La muchachada del Barça gritó cientos de veces, miles de veces eso de "¡Madrid, cabrón, saluda al campeón!" en la calle, en el estadio, en los bares, en balcones y terrazas. Parecía lo prioritario. Eso no puede ser sano.

Calmados los vientos, saciadas las masas, de regreso de esa locura colectiva que vivió Cataluña con el Barça de la Liga y Copa de Europa, lo que queda es el "¡Visca el Barça, visca Catalunya!" La normalidad nos trae más autoafirmación nacionalista.

En el corazón del "buen" catalán se almacena ya la segunda. Fuego helado en vitrina. Sin embargo ese mismo corazón vibra, se encara ufano, bombea sangra nacional como nunca. El segundo viva, "¡Visca Catalunya!", es el auténtico reto de un Barça al servicio de la nación. Junto a la educación, TV3 y Catalunya Radio, el Barça es una centrifugadora de charnegos; una adormilera más, tira pegajosa de moscas para andaluces aquejados de pasión futbolera. Allí entran como hijos de su madre, de allí salen hijos de la nación catalana. Como todo lo demás, en Cataluña el fútbol es una actividad más sacrificada en el altar de "la identidad" Cuenten cuántas "senyeres" catalanas inundan las gradas del Nou Camp y cuántas blaugranas. Pronto la comparación habrá de hacerse entre "senyeres" y "estelades".

¿Recuerdan los alardes taurinos de Raúl recién ganada la séptima, capote en mano toreando al aire? Bueno, en el Madrid o en cualquier otro equipo siempre habrá espontáneos que se vistan con los colores de la fiesta nacional o la bandera constitucional. Se salen del guión, la alegría tiene esas cosas. Estamos en un país libre. Son actos imprevisibles nacidos de las pasiones individuales de sus autores. Nadie les ha escrito ese guión y seguramente dejarían de hacerlo si se lo impusiesen.

En Cataluña sí hay consignas y guiones. Uno tras otro, los jugadores que hablaron en el acto realizado en el Nou Camp con ocasión de su triunfo liguero acabaron sus intervenciones con el "¡Visca el Barça, visca Catalunya!" Parecían niños de primera comunión repitiendo como loros el latinazo del cura. Días después, en mil reportajes el rito lo repetían los aficionados cada vez que se acercaba una cámara: "¡Visca el Barça y visca Catalunya!". De fondo, la estelada. Marketing de parvulario.

Si vivimos en un país libre, libres son los jugadores para decir eso o cualquier otra cosa; ninguna crítica si no fuera consigna. Nada hay de malo en el eslogan, mucho en la voluntad política de identificar al Barça con Cataluña, Cataluña con la nación y la nación con el afán de emancipación de España o su desprecio. Tiempos atrás, otro maniático de la identidad confundió el juego maravilloso del Real Madrid con España. Y con razón muchos sintieron tirria por un equipo de fútbol que debía ser sentida por un dictador. Sobra argumentar que el monopolio nacional de un equipo o la exclusión de otros, como quieran, es inaceptable. En una dictadura y una democracia; en el Real Madrid o en el Barça.

Nada es inocente hoy aquí. En la noche mágica de París uno quería dejarse llevar por la corriente de entusiasmo que inundó calles y medios de comunicación de Cataluña. La victoria y el juego maravilloso lo merecían y mis amigos también. Pero siempre acababa apareciendo esa patología tan arraigada entre catalanistas y culés de disfrutar más con la desgracia del enemigo que con la victoria de lo propio. Nunca la vi en mi infancia ni en mi juventud hasta llegar a Cataluña. Por entonces no podía entender por qué muchos culés-catalanistas disfrutaban más con las derrotas europeas del Real que con sus propias victorias. Más tarde, cuando ese virus se extendió al Madrid (creo recordar que el contagio está fechado a finales de los ochenta, en el avión que les traía de vuelta de jugar contra algún equipo del Este al brindar por la derrota del Barça) intuí que este deporte empezaba a ser el sustituto de frustraciones y odios inconscientes. Ahora el mal está en la mayoría de aficiones, pero aquí sigue siendo de pata negra. La muchachada del Barça gritó cientos de veces, miles de veces eso de "¡Madrid, cabrón, saluda al campeón!" en la calle, en el estadio, en los bares, en balcones y terrazas. Parecía lo prioritario. Eso no puede ser sano. No me imagino pasando la noche de bodas en paños menores dando cortes de mangas al ex novio de mi novia en vez de revolcarme con ella hasta la madrugada.

Pasarán estos políticos y estas políticas, pero los niños de muchas generaciones soñarán con la alegría de Ronaldinho o el gol eléctrico de Eto'o. Y nadie se acordará de aquellos. Bueno, eso espero.

En España

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