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Alberto Benegas Lynch

Receta para el fracaso

Debe tomarse como ejemplo la constancia y la admirable perseverancia por parte de los socialistas para establecer y mantener centros de estudios, publicación de libros y financiación de cátedras al efecto de pregonar el ideario colectivista.

Cualquiera sea la actividad que desempeñemos, todos estamos interesados en que se nos respete. Por tanto, cada uno de nosotros, al fin de cada día, debería preguntarse en que contribuyó para lograr aquel cometido. Si no hemos hecho nada, esperando que sean otros los que nos resuelvan el problema, el fracaso está garantizado.

En no pocos lares, muchos de los que se declaran partidarios de una sociedad libre se limitan a exhibir un fervoroso espasmo cívico el día de las elecciones y con aire profesoral de filosofía política argumentan que entre el candidato "estercolero" y "bosta" es preferible el primero porque suena menos grotesco. Sus conversaciones giran en torno al negocio, la frivolidad y a comentar lo que está en los periódicos del día y que todo el mundo sabe. Son "almas deshabitadas" al decir de Giovanni Papini o "mamíferos verticales" según señaló Miguel de Unamuno. Habitualmente, esos seres anodinos se entusiasman vivamente con marchas e himnos patrios, se cuelgan escarapelas por doquier y revelan síntomas de alarmante xenofobia, pero son incapaces de dejar por un instante los arbitrajes que presentan sus quehaceres rutinarios para prestar un mínimo de atención al estudio y difusión de las ideas y principios que dan sustento a una sociedad abierta, ni a destinar recursos propios para la tarea.

En este sentido, en el campo opuesto, debe tomarse como ejemplo la constancia y la admirable perseverancia por parte de los socialistas para establecer y mantener centros de estudios, publicación de libros y financiación de cátedras al efecto de pregonar el ideario colectivista. Ese es el motivo de su éxito en las políticas gubernamentales y, previamente, en los campos de la economía, el derecho, la sociología y las ciencias sociales en general. Mucha razón tenía Edmund Burke al sostener que "todo lo necesario para que las fuerzas del mal se apoderen de este mundo, es que haya un número suficiente de personas de bien que no hagan nada".

Alexis de Tocqueville bosquejó una conjetura en su libro sobre el antiguo régimen y la Revolución Francesa en cuanto a que cuando un país goza de gran prosperidad moral y material, la gente tiende a dar eso por sentado. Como si el progreso estuviera garantizado y a buen resguardo. Momento fatal. Ese es el instante en el que los espacios son ocupados por otras ideas y cuando comienza el debate resulta que los supuestos defensores de la sociedad libre no tienen nada que decir porque no se han preocupado por repasar, mantener y acrecentar las necesarias defensas.

Es que no puede pretenderse que se está ubicado en una enorme platea en la esperanza que los que circunstancialmente ocupan el escenario sean los responsables de revertir o afirmar la situación. Esto constituye un peligroso espejismo. Todos estamos en el escenario. Cada uno es responsable de su destino. Es muy cómodo endosar la culpa a otros, en lugar de dejar testimonio adecuado a las circunstancias. Lo contrario es la receta para el fracaso. Nada resume mejor la preocupación que esbozamos en estas líneas que la sabia sentencia de Johann Goethe: "Sólo es digno de la libertad y la vida aquel que sabe cada día conquistarlas". Manos a la obra.

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