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Sombras y luces

es probable que veamos una desaceleración o peor, una caída, de los precios de los inmuebles, cuya inmediata consecuencia sería frenar el consumo

La economía española sigue creciendo con gran pujanza. Eso es cierto, aunque también lo es que la inflación es el doble que la media de la Unión Europea. ¿Es que España crece demasiado? Quizás no sea un problema de ritmo, sino de calidad. Crece en cantidad, pero no en calidad. Al menos, no en productividad.
 
Según datos de Boletín Estadístico del Banco de España, la deuda exterior neta (no confundir con el déficit) es de 416,7 miles de millones de euros, lo que supone un 46% de PIB. Si quitamos la posición del propio Banco de España, esta cifra pasa a 488 miles de millones, o un 54% de PIB.
 
¿Qué valor le damos a esta cifra? Sólo por comparar, EEUU lleva 15 años con déficit exterior, pero su deuda neta es el 23% de PIB, y no crece. En España, esta cifra se ha multiplicado por  dos desde 1995, pues entonces rondaba el 27%. No se conoce ningún trabajo que dé cuenta satisfactoriamente de esta escalada imparable de la deuda exterior. Lo que habría que preguntarse es qué está financiando esa deuda. Si financia actividades productivas es más sostenible que si financia especulación. A este respecto, las inversiones netas directas (las más estables y las más productivas) están disminuyendo en los dos últimos años. Aún así, el ritmo de aumento de la deuda no puede cubrirse con economía productiva, y más pronto que tarde tendría que estabilizarse.  Por lo tanto,  ¿Es financieramente sostenible?  Sinceramente, creemos que no. Y la consecuencia debería ser una creciente desconfianza de los inversores extranjeros, que se desviarán aceleradamente hacia títulos españoles muy líquidos. Y es aquí dónde se puede ver afectada la aparentemente blindada economía interna.  En algún momento, este retraimiento de la inversión extranjera debería llevar a  una caída de los precios de los activos menos líquidos (por ejemplo, ladrillo). Pero el precio de los activos físicos es el que sustenta gran parte del consumo. Por lo tanto, es probable que veamos una desaceleración o peor, una caída, de los precios de los inmuebles, cuya inmediata consecuencia sería frenar el consumo. ¿Pero cuándo? y, ¿será suave o brusco? No puede decirse mucho más.   
 
Y la demolición del Estado, sobre todo las garantías jurídicas, ¿Afectará al proceso, o a su velocidad? Otra incógnita, pues, curiosamente, depende de la cantidad de gente que reconozca que se está destruyendo el Estado, y hasta ahora vivimos en una paradoja: parece que los españoles no ven las consecuencias de los actos perpetrados por los separatistas y su aliado el gobierno. Esto, naturalmente, mantiene en alza el optimismo, y retrasa el ajuste, pero por ello lo hace potencialmente más inesperado y veloz.

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