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Serafín Fanjul

Revisionistas

la verdad objetiva y de conjunto, es que la derecha, en los diferentes niveles de gobierno, es mucho más tolerante y abierta que la izquierda, aunque para poco le sirve

Durante este año y el pasado el Ayuntamiento de Málaga organizó sendos ciclos de conferencias en torno a la dimensión sociohistórica de nuestro país y quien suscribe fue uno de los conferenciantes invitados. Los demás, profesionales de la Universidad, el periodismo o el llamado “mundo de la cultura” en términos generales, algunos con significación política y otros –como un servidor- sin ella aunque, por supuesto, todos tengamos –faltaría más– nuestras opiniones y posturas consiguientes, reflejadas en estas mismas páginas digitales, por ser varios de los participantes colaboradores de las mismas, o en publicaciones de otra índole. En el grupo no había colaboradores de El País –si la memoria no me falla– y esta infausta circunstancia provocó que hace unos meses la edición andaluza de ese diario nos dedicase un comentario poco cariñoso que servía, sobre todo, para arremeter contra la corporación malagueña y amedrentarla, habida cuenta de que está regida por el PP y, ya se sabe –o se piensa, con más o menos razón– que si se les acogota un poco los peperos siempre ceden, por no haber conseguido asimilar todavía las virtudes del talante y sus excelentes resultados: si usted aperrea a los concejales contrarios, los lapida concienzudamente y los cerca en sus sedes, puede ganar las elecciones y ahí tenemos a Rodríguez de modelo, porque al personal le gusta la jarana y la gente que se define, aunque sea tirando piedras.
 
Pero volvamos a los conferenciantes: a cada uno se adornaba con algún signo infamante, baldón y estigma que ni en siete generaciones se habría de borrar. De este servidor de ustedes –como al plumífero no se le ocurría nada grave, por ejemplo “miembro del PP”– sólo pudieron decir “conocido revisionista”, sin más aclaraciones porque –admitámoslo agradecidos– ya estaba bueno con clasificar al réprobo en tal compartimento. Sobraba cargar la mano: ¿para qué más? ¡Patarata meterse en distingos entre Abderrahmanes y Alarcones! Con el trabajo que dan esas decimonónicas vainas. Así pues, nos quedamos –también otros asiduos de LD– con el feo remoquete que envía nuestras almas y corazones, si los tuviéramos –recuerden al ecuánime juez Fanlo–, al infierno de la progresía, un mundo de tinieblas sin el tibio calorcito que irradia Polanco y en el que no hay luz porque el PSOE nos la ha cortado y revendido los recibos. Pero este pecador se queda sin saber –pedimos bibliografía, porfa– si lo suyo es revisionismo de la Guerra del Chaco, de la de la Triple Alianza o de la del Pacífico: ¡Y hála, el plumífero a mirar enciclopedias para enterarse de a qué guerras nos referimos, si estarán o no relacionadas con Guadalcanal o la ofensiva de Mc Arthur. En fin, la secta por antonomasia gimotea quejosa por haber quedado fuera una vez, si bien tampoco está muy claro que tuviesen nada que decir acerca de la continuidad y unidad de España quienes a pasos agigantados las están arrasando. O quisiesen, o se atreviesen.
 
Pero el asunto de los revisionistas va mucho más allá y más acá de Málaga y, desde luego, por cima de las peripecias personales de nadie. Algunas de esas personas –no sé si todas– han padecido, o hemos padecido, el acoso en forma de traca, aunque en diferentes grados, y ya sea en Málaga, en Murcia o Ferrol, pero no por el contenido de nuestros parlamentos sino por la condena previa. Junto a mayorías de gente deseosas de oír algo más o menos convincente (según) pero distinto de cuanto vierten a diario las televisiones socialistas, no falta un concejal de IU de escasas luces que protesta contra el supuesto fascista de turno, para terminar reconociendo que nunca ha oído una palabra, ni leído una línea, del aludido. Como no faltan tampoco los miembros locales del PSOE que se niegan a participar en los actos, cuando se les invita, porque ellos –puros y virginales como son– “no hablan con fascistas”. Les basta con negociar con la ETA e intercambiarse flores con ella. Y la verdad del cuento es que nos hallamos ante una ofensiva general para aplastar y sofocar toda disidencia ideológica, se diga lo que se diga y con cualesquiera argumentos: igual que Los del Río, si ya saben cuanto debe saberse en el universo mundo, ¿para qué oír más razones que sólo inducirán a la confusión y la duda frente a las verdades reveladas por Pepiño, Cebrián o el Bachiller Montilla y con las cuales tan ricamente se vive? No sólo abuchean y acosan a Rajoy en Hospitalet o Granollers. Ni son Arcadi Espada o Boadella (reconocidos fascistas ambos) los únicos agredidos moral y físicamente en Gerona. O en cualquier otra parte.

Esos bochornosos ejemplos son los más conocidos y graves –por ahora– pero no más representan la punta del iceberg dentro de una campaña de presiones inadmisibles. Y que no vamos a admitir ni permitir, por escasos que sean nuestros medios y mucha la práctica discriminatoria y boicoteadora de las tiernas vírgenes de Málaga, heridas en su honor de multiparlantes perpetuos y en exclusiva. Si quieren que hablemos de exclusiones podemos recordar a Carlos Cano (otro renombrado fascista) vetado en cuanta corporación dominaba el PSOE para actos, galas, conciertos –tal como refirió el mismo perjudicado– por haberse opuesto al cambiazo de la OTAN. Y, a la inversa, se puede mencionar a Boselito, Ana Belén o Ramoncín, eficientes chupadores de los presupuestos madrileños: si, de tal guisa, el genial Gallardón creía ganárselos, se lució. Como en tantas otras cosas. Y la verdad, la verdad objetiva y de conjunto, es que la derecha, en los diferentes niveles de gobierno, es mucho más tolerante y abierta que la izquierda, aunque para poco le sirve: ni se le aprecia ni se le reconoce y menos aun recibe un trato recíproco. ¿Cuándo se enterarán, o se darán por enterados (a elegir), de con quién se están jugando los cuartos, los suyos y los nuestros?

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