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Victor D. Hanson

El alacrán nuclear de Irán

Estados Unidos también quiere más tiempo antes de una confrontación para poder defender mejor su teoría de que la teocracia exportadora de petróleo quiere más que energía nuclear pacífica ante la comunidad internacional

¿Por qué Estados Unidos invirtió de pronto el rumbo y acordó negociar directamente con los iraníes a propósito del desarrollo por su parte de un arsenal nuclear?
 
Existen unos cuantos motivos. Es año de elecciones, y la administración Bush sabe que el público americano no está de humor ni siquiera para un atisbo de más hostilidades en Oriente Medio. Tras fracasar a la hora de meter en cintura a los iraníes, los avergonzados europeos multilaterales quieren que respaldemos su diálogo. Los rusos y los chinos –tanto por motivos comerciales como por motivos más oscuros– han advertido a América que blindarán Naciones Unidas a menos que comencemos a negociar con el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad. Y, finalmente, siempre es útil dar suficiente cuerda a un bocazas como Ahmadinejad para que se ahorque a sí mismo.
 
De modo que, si las negociaciones tienen lugar –un gran condicional– ¿qué podemos esperar?
 
Para dar respuesta, vale la pena recordar la escena del escorpión en "The Appaloosa", un western lamentable de otra manera de 1966. Durante minutos en vilo, el héroe, interpretado por Marlon Brando, echa un pulso al confiado y hablador villano que había atado un escorpión a la mesa. De la misma manera, avanzaremos y retrocedemos con los iraníes, haciendo aspavientos cada vez hasta que el brazo de un bando se debilite, toque la mesa y sea picado [por el escorpión].
 
Los iraníes saben de la historia reciente que la adquisición por su parte de una bomba tendría pocas contrapartidas. Se figuran que si los israelíes no hubieran destruido el reactor nuclear de Saddam Hussein en Osirak en 1981, Kuwait sería ya la 19ª provincia del intocable Irak de Saddam.
 
Corea del Norte es el modelo de estado nuclear criminal. Mira a la comunidad internacional por encima del hombro, pero a lo largo de los años ha ganado aún así miles de millones en fondos de ayuda (sobornos esencialmente) de Estados Unidos, Corea del Sur y China. Solamente la bomba permite que un régimen asesino fracasado de otro modo en Pyongyang logre una posición a la altura de las democracias próximas de Taiwán, Japón o Corea del Sur.
 
Después está Pakistán, un presunto aliado americano que, gracias en gran medida a su capacidad armamentística nuclear, puede pasarse por el arco del triunfo nuestras solicitudes de sacar a la luz a Osama bin Laden o a Aymán al-Zawahiri.
 
Con unos cuantos misiles nucleares, Irán sabe que podría dictar el escenario estratégico del Golfo Pérsico, intimidando a los jeques del Golfo en materia de disputas fronterizas y producción petrolera, y reclamando la dirección en la lucha islamista contra Israel. Una "bomba persa" granjea prestigio nacional y erradica a los disidentes en casa, al tiempo que garantiza suficiente inestabilidad para mantener disparados los precios del petróleo.
 
Por esos motivos, un Irán nuclear sería una pesadilla occidental. Periódicamente, tendríamos que dar garantías a los estados dentro del radio de los misiles de Teherán, de Alemania a Arabia Saudí, de que Estados Unidos está dispuesto a ir a la guerra para mantenerles seguros -de modo que ellos no necesitan ser nucleares.
 
Teniendo en cuenta estas circunstancias, ¿por qué Irán y Estados Unidos iban a verse las caras en la mesa de negociaciones?
 
Porque cada uno cree que el respiro revierte en su propio favor. Irán ve hablar con Estados Unidos como alivio de la amenaza de un ataque militar -o al menos de embargos de inspiración americana y las sanciones de la ONU. Si los mulás pueden regalar los oídos a los americanos al tiempo que siguen en secreto adelante para obtener la bomba, podrían incluso salirse con la suya. En la práctica, en el 2008, con el "cowboy" George Bush fuera del cargo, el próximo presidente norteamericano podría tratar las aspiraciones nucleares de Irán igual que América hizo con Pakistán en los años 90, advertencias aleccionadoras, pero pocas medidas.
 
Estados Unidos también quiere más tiempo antes de una confrontación para poder defender mejor su teoría de que la teocracia exportadora de petróleo quiere más que energía nuclear pacífica ante la comunidad internacional.
 
El tiempo también proporciona un margen para conocer exactamente dónde se encuentra Irán en el camino al enriquecimiento completo de uranio, incluso permite a los disidentes iraníes reforzarse, o al Irak democrático próximo estabilizarse, o a nuestro propio ejército refinar sus planes definitivos.
 
Tal respiro sería reminiscencia de las Conversaciones de Paz de París con los norvietnamitas, de 1968 a 1973, en los que cada bando pensó que las negociaciones prolongadas favorecían su causa. Estados Unidos siempre insistió en un Sur autónomo y libre; el Norte nunca abandonó su sueño de un Vietnam unificado comunista.
 
En ese impasse, pensamos que conversaciones y treguas periódicas proporcionarían tiempo al Sur vietnamita para reforzarse lo suficiente como para resistir la inminente agresión próxima. Los norvietnamitas estaban igualmente convencidos de que el público americano en el intervalo se cansaría aún más del "quagmire" de Vietnam, y después ellos podrían atacar.
 
Tras negociaciones sin fin, el escándalo del Watergate y la suspensión de la ayuda al Sur por parte del Senado, los norvietnamitas aguardaron pacientemente su momento y después reanudaron la guerra. Hacia 1975, los comunistas habían ganado lo que no pudieron en 1968.
 
Mahmoud Ahmadinejad ciertamente recuerda ese precedente. No hay duda de que quiere echar un pulso sobre su alacrán nuclear.

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