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José García Domínguez

Uno de los nuestros

otro meteco más, entre de ese cuarenta por ciento largo de catalanes que no comulga con el pentecostés vernáculo que ordena el Estatut. O sea, uno de los nuestros

Apenas acaban de dar las nueve en la mañana del domingo de autos, y ya puedo redactar la primera conclusión de este artículo que acabaré en Madrid, cuando se difunda oficialmente nuestra sentencia. Porque, ahora mismo, mientras ojeo la portada de El País delante del segundo café del día, comienza a ser una evidencia que los únicos que andan con prisa para refrendar la “Constitució” son la propia PRISA y  ETA. Bueno, además de ese chaval enfundado en una camiseta con el dorsal de Ronaldinho que acaba de pedirle una cerveza al camarero desde la mesa de al lado; el que viene de depositar su papeleta ahí enfrente, en el Grupo Escolar Pere Vila, al otro lado del Arco del Triunfo.
 
Por el rictus inconfundible que trae estampado en la cara, la de hoy debe haber sido su primera vez. Y, sin duda, ha votado , lo que confirmaría mi sospecha de que, entre los cinco clientes que esta mañana nos hemos dejado caer por el Bar Lleida, al menos uno está de acuerdo con el formato de esa Comisión Mixta de Asuntos Económicos y Fiscales que prevé la Carteta Magna; con el diseño de la asignación de funciones atribuibles al aún non nato Consejo de Garantías Estatutarias; y con el nuevo reparto de competencias exclusivas, compartidas y ejecutivas que corresponderán a la Generalidad, en función de la prolija jurisprudencia que sobre esas atribuciones ha establecido el Tribunal Constitucional. Algo es algo.
 
Por lo demás, también es muy probable que aquel chaval risueño  que vi ayer en Barcelona sea ahora mismo un nuevo ilegal; otro meteco más, entre de ese cuarenta por ciento largo de catalanes que no comulga con el pentecostés vernáculo que ordena el Estatut. O sea, uno de los nuestros, como la media Cataluña abúlica que no fue a votar, la que prefirió quedarse en casa viendo el partido. Tan de los nuestros como los únicos marxistas genuinos que todavía quedan en Occidente, los felices cerebros grises de Génova trece que aún están convencidos de que son las masas quienes escriben la Historia; esos que tienen un único problema: no haber comprendido nada.

Porque las masas sólo escriben en los impresos de las quinielas, y los nuestros, la tabla de salvación estadística a la que se aferran hoy, en el siguiente plebiscito, el de la autodeterminación, ya formará parte de los suyos. De hecho, si eso aún no ha ocurrido, únicamente hemos de agradecérselo a la miopía crónica de los nacionalistas, a su torpe incapacidad para predicar la buena nueva independentista también en castellano. Un cuarto de siglo de cohabitación intelectual y moral con el famoso nacionalismo moderado, nos ha traído hasta aquí, al borde del abismo. Y ahora, mientras escribo, acaba de comenzar la cuenta atrás para el último paso, el definitivo  

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